Por naturaleza somos oportunistas, como mecanismo desarrollado durante decenas si no cientos de miles de años orientado a la supervivencia de nuestros genes.
Por eso el homo sapiens a lo largo de la historia ha buscado su montaje perfecto: algunos que satisfagan sus necesidades sociales, algunos que le den amor de diferentes tipos, algunos que le ayuden cuando lo necesite, otros para abusar y explotar, robando sus riquezas, o utilizándolos como mano de obra gratuita o como objetos sexuales(1), o incluso matándolos para usar su carne.
(1) Lo de robar, esclavizar y violar puede parecer no inherente al ser humano para el que vive en sociedades modernas, pero en realidad sí lo es, ya que ha sido pauta generalizada desde el Neolítico hasta hace relativamente poco. De hecho, el derecho de conquista que permitía a los invasores robar tierras y riquezas en los territorios conquistados y someter a sus habitantes a trabajos forzados formaba parte del derecho internacional hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Y las violaciones en guerras sólo se han empezado a tomar en serio a partir de los años 90, coincidiendo con el aumento de la participación de mujeres en la redacción y práctica del derecho internacional humanitario. Y, por otro lado, hoy en día se sigue haciendo con decenas de millones de personas y BILLONES de animales no humanos.
Los primeros suelen ser de nuestro entorno más cercano (familia, amigos, mascotas, conocidos) y los segundos acostumbran a ser más lejanos, como otros grupos etno-religiosos, etno-lingüísticos, nacionales, raciales y sobre todo otras especies. En por tanto un mecanismo genético que funciona en base a anillos concéntricos.
Según la conveniencia aplicamos un trato u otro. A aquellos que queremos que nos den amor les tenemos que dar amor, a los que deseamos que nos hagan favores hay que tratarlos bien y ayudarles, de manera que se sientan en deuda con nosotros.
En cambio, si queremos apropiarnos de las riquezas de alguien normalmente tiene que ser por la fuerza. Cuando pretendemos que alguien trabaje de forma forzada para nosotros habrá que obligarle mediante la opresión y la agresión, aterrorizándolo para que obedezca y no se atreva a escaparse. Si queremos explotar animales, será necesario desempatizar y tratarlos como si fuesen simples cosas.
Utilizamos a los demás como piezas, cada una con una utilidad distinta: unas con la función de amigos, otras de amantes, animales de compañía, animales a los que explotar y maltratar para utilizar las diferentes partes de su cuerpo como comida, vestimenta o simples lujos y caprichos totalmente superfluos, etc.
Para ello clasificamos a cada cual y para cada categoría aplicamos un tipo de trato, desde el más exquisito y educado, incluso reverencial (por ejemplo, con un rey, un dictador o alguien con quien nos interese mucho estar en gracia) hasta el más brutal y cruel.
Y ello no es un cálculo intencionado, como quien juega al ajedrez, sino que lo efectúa nuestro cerebro de manera inconsciente, ya que está programado genéticamente para satisfacer sus necesidades y deseos, haciendo lo que sea más efectivo con cada ser sintiente para cubrir nuestras necesidades y deseos, siendo despiadado con quien interese y encantador con aquellos con los que ello puede resultar beneficioso.
Tendemos a buscar las mejores condiciones de vida que podamos para nosotros, nuestros seres queridos y, en menor medida, los grupos con los que nos identificamos (extensiones de nosotros mismos) a costa de que otros, sobre todo de los animales no humanos, que en realidad constituyen una población muchísimo más grande que la humana y mantenemos en condiciones deplorables en granjas industriales y laboratorios.
Y puede que ese modus operandi nos aporte beneficios egoístas a nosotros, pero es claramente perjudicial para el conjunto. Tengamos una visión más amplia y pensemos en todos. Tengamos empatía, de manera que las fechorías que se cometan con otros las sintamos a menor escala, como si a nosotros nos las hiciesen. Enchufemos nuestro corazón con el de todos los seres que sienten y no sólo con unos cuantos de ellos.
Cuando tomamos conciencia del modus operandi que tenemos por defecto como humanos, tendemos a cambiar y volvernos más éticos y compasivos, ya que estamos provistos un sentido innato de la justicia que nos dice que esa forma tan oportunista y desaprensiva de funcionar no es trigo limpio. Dejamos de ser tan insensibles y fríos como témpanos con todos aquellos que no están dentro de nuestro circulito.
Gracias por intentar ser mejor persona y por compartir para que los demás también lo sean,