Hay políticos que a cambio de votos intentan equiparar a las personas que dan lo mejor de sí mismas con las que se rigen por la ley del mínimo esfuerzo. Consiste en que, por ejemplo, si alguien se pasa cada día tan sólo 4 horas recogiendo frutos del bosque y otro lo hace durante 10 horas diarias, se quita buena parte de la cosecha del segundo para dársela al primero.
Aquí no estamos hablando de expropiar latifundios que proceden de expolio mediante conquista, como los de Latinoamérica o del sur de España, ni de corregir de forma razonable desigualdades económicas, todo lo cual estaría justificado. Sino que nos referimos a una igualación injusta que beneficia a los poco trabajadores, ahorradores, responsables y sacrificados a costa de los aplicados, previsores, proactivos, emprendedores e innovadores.
Es totalmente asimétrico pretender equiparar en los resultados del esfuerzo y no en este último. Es inequitativo mutualizar los ingresos pero no el estrés, el cansancio (o agotamiento), el tiempo de ocio para uno mismo y su familia, la privación de comprar lo que a uno le gustaría para poder ahorrar e invertir, los riesgos, preocupaciones, presiones, etc..
Alguno podrá argumentar que hay países muy redistributivos como Suecia que funcionan muy bien, liderando bastantes rankings internacionales. Pero ello no es exactamente así, ya que aunque es verdad que tiene un gran estado del bienestar y que para poder mantenerlo se pagan muchos impuestos, en realidad es el segundo país con mayor desigualdad del mundo en cuanto a patrimonio, después de Estados Unidos. Y también en mil millonarios por cada 100.000 habitantes.
Es cierto que hay una destacable igualdad de los salarios, pero también que los suecos de origen tienen una cultura generalizada del trabajo y la responsabilidad. Al ser una población homogénea en su mentalidad laboral y económica, hay una cierta equiparación en los dos platillos de la balanza y no solamente en uno de ellos.
Por otro lado, existe una fuerte presión fiscal de los sueldos, pero a cambio de ello los contribuyentes reciben unos servicios públicos excelentes. La redistribución es principalmente de cada contribuyente hacia sí mismo: cada cual aporta mucho en las épocas más productivas de su vida y recibe también mucho en las que no lo es, como cuando no puede trabajar debido a la vejez, enfermedad, paternidad o pérdida de trabajo.
El equilibrio se refuerza por el hecho de que casi todos los suecos étnicos aportan su parte justa al Estado: casi todos trabajan, ya que está socialmente mal visto no hacerlo, y todos los que tienen rentas del trabajo pagan Impuesto sobre la Renta: la mayoría a un tipo impositivo aproximado del 32% (dependiendo del municipio) y los que ganan más de 613.900 coronas anuales (unos 53.600 eur), los cuales representan un 20% aproximadamente de los contribuyentes, a un tipo adicional del 20%.
Es más, las rentas del capital del capital (como los dividendos o los beneficios de las empresas) están sujetas a una tributación relativamente baja y no existen impuestos sobre el patrimonio, sucesiones ni donaciones. Porque aparte de que todo ello contribuye mucho al emprendimiento y la generación de riqueza (gracias o lo cual ese país es tan rico y puede permitirse unos excelentes servicios públicos), a los suecos les parece justo que un empresario se enriquezca mucho con su trabajo duro, iniciativa y asunción de riesgos.
Por si fuera poco, los impuestos indirectos como el IVA, que tiene una tasa general del 25%, afecta sobre todo a las clases medias y bajas, ya que cuanto más bajos son los ingresos, mayor es la proporción de ellos que se destinan a pagar impuestos sobre el consumo.
Todo ello quiere decir que, aunque el sistema sueco es progresivo y redistributivo, en la práctica el grueso del Estado del Bienestar realmente lo pagan las clases medias y bajas, a través de los impuestos sobre la renta y los impuestos indirectos.
En los años 70 y 80, Suecia fue un país con políticas muy socialistas, pero, debido al fracaso de las mismas, en los 90 volvió a una senda más liberal, siendo hoy en día uno de los países con una economía más libre, abierta y orientada al mercado de todo el mundo. Fomenta el emprendimiento, la innovación, generación de riqueza y acumulación capitalista, premiándolos generosamente. Gracias a ello es uno de los países del mundo con mayor ratio de emprendedores por cada 100 habitantes, así como con start-ups tecnológicas exitosas, innovación y renta per cápita.
En resumen, los suecos autóctonos son casi todos son hormiguitas. Entre estas, las más emprendedoras y exitosas no son igualadas con el resto. Las cigarras que en vez de trabajar quieren vivir de las «paguitas» se encuentran básicamente entre la población refugiada e inmigrante, sobre todo la procedente de África y Oriente Medio. Pero el gobierno sueco, lejos de igualarlas a las hormigas está aplicando 3 políticas para librarse de ellas:
1. Reducirles las ayudas sociales.
3. Ofrecerles dinero para que regresen a sus países.
2. Estrictos controles en las fronteras para que no entren más personas de este tipo a Suecia.
Gracias a esas medidas, este país ha conseguido que la población inmigrante en general, y con perfil de personas poco trabajadoras y aprovechadas en particular, esté disminuyendo en vez de aumentar.
Esta política de evitar a las cigarras-garrapata que aplica Suecia, Dinamarca, Holanda y cada vez más países es mucho más justa y beneficiosa para la sociedad en su conjunto que igualarlas a las hormiguitas esforzadas. El lo que puede permitir mantener un buen estado del bienestar y evitar la decadencia económica y social.
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