Esa diferencia es consecuencia de que tradicionalmente se consideraba a la mujer como una propiedad del hombre. Y del mismo modo que preferimos adquirir cualquier tipo de propiedad (como puede ser un coche o un electrodoméstico) nueva de trinca a una de segunda mano, los hombres también han preferido a lo largo de la historia obtener mujeres “sin estrenar” a las “usadas”. De ahí la obligación de las jovencitas de llegar vírgenes al matrimonio, de ahí que perdiesen “la honra” si no lo hacían y de ahí las pruebas humillantes de virginidad.
Y por ello, por ejemplo, en la Biblia el adulterio se castiga con la muerte tanto a la mujer como al hombre adúlteros cuando la primera está casada o prometida, ya que se considera una violación del derecho de propiedad del marido sobre su esposa. En cambio, un hombre no es penalizado si comete un adulterio con una soltera no prometida, ya que no atenta contra la propiedad sexual de nadie.
Y es por la misma razón que el Corán obliga a las mujeres a ir cubiertas salvo que esté delante de familiares o niños. Como es una propiedad del esposo, una forma de evitar robo del uso y disfrute de esa propiedad por otros hombres es tapándola, del mismo modo que se puede poner un candado a una bicicleta o una alarma en una casa con el fin de evitar que otros tengan acceso a esas posesiones.
Y lo mismo se puede ver en el Código de Hammurabi y en la mayor parte culturas alrededor del mundo, con algunas excepciones como la vikinga y sobre todo, a partir del siglo XVIII, la cultura liberal que surgió de la Ilustración y las revoluciones francesa y americana.

Por tanto, en diferentes tradiciones culturales se esperaba (y se sigue esperando todavía en muchos lugares) de la mujer que vaya suficientemente tapada, especialmente si está casada, pero también si no lo está, ya que en ese caso tampoco era/es un ser libre, sino una propiedad de su padre hasta que éste la transmitiese al esposo con quien quisiese casarla. Si alguien “estrenase” ese objeto llamado mujer antes del matrimonio perdería valor y costaría más “colocarla”, como sucede con un mueble y casi todas las mercancías.
Por tanto, los padres han tenido interés en mantener a sus hijas recatadas y vírgenes. Y una vez casada, su sexualidad sólo podía/puede ser utilizada por su nuevo “señor”, su esposo, mientras que éste podía/puede tener sexo con otras mujeres no casadas, así como con múltiples esposas, concubinas o esclavas según las diferentes culturas y épocas. Y en caso de guerra también podía violar a las mujeres, casadas o no, de los territorios conquistados, ya que los vencedores tenían el derecho de conquista, por el cual podían tomar posesión de las propiedades de dichos territorios, incluyendo las mujeres, consideradas simples objetos.
Y estaba bien visto que el hombre fuese un “machote”, un “campeón”. De hecho, en algunos lugares era muestra de prestigio y estatus tener harenes, cuanto más grandes mejor, privilegio a veces sólo reservado a emperadores y reyes, o amantes además de la esposa oficial. Pero pobre de la mujer que tuviese sexo con alguien diferente a su “amo”.
A causa de toda esa mentalidad basada en la dominación, las mujeres que han incumplido o incumplen esas normas tan machistas eran y siguen siendo sometidas a castigos, que van desde juzgarlas injustamente, despreciarlas, señalarlas con el dedo y chismosear, pasando por excluirlas y estigmatizarlas, hasta causarles grandes sufrimientos o matarlas de formas crueles.

La película Las Hermanas de la Magdalena, basada en hechos reales en la Irlanda de los años 60 (años 60 no del siglo XII sino del siglo XX), muestra cómo solteras que se habían quedado embarazadas, a veces incluso porque habían sido violadas, o chicas coquetas eran clausuradas en un internado católico y maltratadas física y psicológicamente durante años sin poder escapar de allí, ya que se suponía que ese era el castigo que se merecían por ser unas “descarriadas”.
Y todo esto no es algo de otras épocas, sino que sigue sucediendo en el presente. Por ejemplo, en Irán la Policía Religiosa da palizas a las mujeres que no llevan el velo “bien puesto” y en países africanos de mayoría cristiana conservadora hay leyes que obligan a las mujeres a ir recatadas y “guardianes de la tradición” que desnudan y humillan en público a mujeres que consideran que no van vestidas decentemente. En México hay muchos asesinatos y violencia contra mujeres y cierta pasividad e impunidad institucional cuando se trata de mujeres jóvenes vestidas de forma sexy que salen de fiesta por la noche pero no cuando las víctimas son una abuelitas, ya que se considera que éstas son puras y honorables mientras las primeras en cierto modo se lo tienen merecido por “putillas”.
La victimización de las féminas que se salen sexualmente y en su forma de vestir de las estrictas y agobiantes normas sociales es algo generalizado en todos los países y ambientes donde existe todavía patriarcalismo y puritanismo.
En algunos países las solteras embarazadas se enfrentan a una estigmatización total, siendo expulsadas por sus familias y de sus trabajos, rechazadas por sus amigos y por la sociedad en general, tratadas mal en los hospitales donde dan a luz y abocadas a las prostitución como única salida para sobrevivir. A sus niños les llaman “hijos del pecado”, denigrándolos tanto a ellos como a sus madres a pesar de ser inocentes.

De hecho no hace tanto eso mismo sucedía en Occidente, donde afortunadamente se ha reducido mucho el rechazo hacia las mujeres sexualmente libres, pero todavía existe con menor intensidad, sobre todo en ambientes conservadores. Por ejemplo, conocí a unas señoras ociosas que dedicaban su tiempo a sentarse en un banco en la calle y fijarse en las chicas que pasaban por delante de ellas, despotricando y tratando de saldo a las que llevaban tops o según su criterio no vestían decentemente, a pesar de que no hacían ningún daño a nadie.
Sigue habiendo gente, sobre que cree que ir vestida sexy es motivo justificado para violación, ya que consideran que
están provocando, especialmente musulmanes, cristianos e hindús tradicionalistas.
Tengo una amiga que viste muy sexy, le encanta gustar a los hombres y tener aventuras. Y a pesar de que tiene todo el derecho del mundo a hacer todo eso y de que es una buena persona que no se mete con nadie, yo he percibido repetidamente el rechazo y desprecio de algunos individuos, en lugares entre los más tolerantes del mundo como Barcelona e Ibiza. De hecho, en los colegios los insultos típicos siguen siendo puta y maricón.
La honra, el honor, la reputación, la dignidad son valores importantes para cualquier persona que nunca deberían pisotearse injustamente.
Por suerte en los lugares más avanzados y abiertos todo lo anterior está cambiando, aunque al mismo tiempo ha aparecido otro frente contrario ese tipo de mujeres: el de las matriarcas pseudofeministas de extrema izquierda, que desaprueban su forma de vestir y comportarse porque consideran que se rebajan a meros objetos sexuales para los hombres, lo que choca frontalmente contra su doctrina intransigente en vez de pensar que esas mujeres simplemente se dejan llevar por su naturaleza, por sus instintos sexuales, que son naturales e inocuos. No nos dejemos engañar, ya que el verdadero feminismo es libertad para las mujeres e igualdad de derechos respecto a los hombres. Por tanto, l@s verdader@s feministas respetan la libertad de cualquier mujer (y hombre) de vestir y hacer con su vida sexual lo que estime pertinente.
Para terminar, el problema nunca es esas mujeres inocentes sino las sociedades desequilibradas y abusivas que han creado culturas y religiones patriarcales y tóxicas injustamente irrespetuosas hacia ellas.