Una muerte como la que han estado a punto de experimentar los niños de este vídeo, una muerte de sed y hambre atrapados entre escombros, a oscuras y en un (no) espacio absolutamente claustrofóbico, es muy cruel y angustiosa. Imagínate a ti o a tus seres queridos en esa situación. Que destruyan tu hogar (en Gaza más del 50% han sido destruidos) y tener que dejarlo todo para escapar con lo puesto a otro lugar y empezar desde cero (más del 80% de los gazatíes han tenido que hacerlo) es muy duro e injusto para alguien que es inocente.
Como también fue atroz el previo ataque del 7 de octubre de 2023 de Hamas contra civiles israelíes y de otras nacionalidades, incluyendo asesinatos, secuestros, violaciones en grupo, mutilaciones a personas vivas, vejaciones en público, etc. Y parte de las víctimas eran totalmente inocentes.
Pero lo más demoledor de todo no es lo anterior, sino los aplastantes porcentajes de apoyo de los israelíes judíos a los bombardeos indiscriminados de Gaza (sólo un 1,8% los rechaza) y de los palestinos a esas brutales atrocidades de Hamas (sólo un 13% está en contra).
Al final, las cifras son lo que cuentan y no la simpatía, cordialidad y buen rollo de la gente en una cena de amigos o una comida familiar. Lo que importa no es la piel de la fruta, sino lo que te encuentras dentro de ella cuando la abres y descubres si se encuentra en buen estado o, por el contrario, está podrida y en qué medida. Y ese gran melón que es el género humano se puede abrir y explorar mediante los sondeos sociológicos, que son los que realmente hacen radiografías más o menos fiables de cómo es en realidad una sociedad por dentro.
Esa complicidad masiva con la maldad no termina ahí, ya que el gobierno israelí recibe el apoyo de numerosos líderes occidentales (que suelen aparecer muy sonrientes y agradables ante las cámaras pero a la hora de la verdad en ocasiones ¡cómo las gastan!), sobre todo de centro y derecha. Y también cuenta con la simpatía de muchos ciudadanos del mundo occidental, especialmente de clases medias-altas y altas blancas que se identifican con los judíos, blancos, prósperos, exitosos y occidentales (los ven como la extensión de su propia cultura en Oriente Medio, como su sucursal en esa zona) frente a los palestinos pobres y pertenecientes a la civilización musulmana, percibida a menudo como opuesta a la occidental.
Y del mismo modo, políticos de extrema izquierda e izquierda extrema y personas de clase baja se posicionan de la manera contraria. Aunque digan que el motivo de su apoyo a los palestinos es que éstos eran la población autóctona y los sionistas fueron a colonizarlos, hay un componente de envidia y rechazo a los judíos por ser ricos, exitosos y emprendedores y de identificación con los palestinos por ser generalmente lo contrario.
A lo que hay que añadir la gran mayoría de musulmanes, que muestran una complicidad con Palestina a pesar de que la mayor parte de los palestinos apoyan a Hamas y por tanto son cómplices de sus crímenes con inocentes. De nuevo, aunque argumenten que hay que echar a los judíos de Israel porque los palestinos estaban antes, la razón principal es que éstos son musulmanes como ellos, pertenecientes a la Umma (Comunidad de los Fieles) y por tanto los consideran sus hermanos, una extensión de sí mismos, así como el hecho de que consideran Jerusalén el tercer lugar más sagrado para ello después de la Meca y Medina.
Sólo una minoría defiende a todas las víctimas inocentes (con independencia de su grupo étnico) y se posiciona en contra de todos sus victimizadores y sus cómplices (ídem). Sólo esa minoría tiene claro que no es justo TOCAR NI 1 SOLO PELO DE NI 1 SOLO INOCENTE.
Si lo anterior es la dura realidad es porque el abuso (a pequeña, mediana y gran escala) y la complicidad con el mismo forma parte de la naturaleza humana.
Y en este sentido, tengo 1 muy mala y 2 buenas noticias:
LA MALA NOTICIA
Esos porcentajes de grandes mayorías de homos sapiens criminales (he dicho bien, criminales, porque son cómplices de crímenes que causan grandes sufrimientos a inocentes) se repiten, con ciertas variaciones porcentuales que no alteran el carácter de grandes mayorías, en rusos y ucranianos y otros grupos en otros conflictos.
De hecho, serían similares en nuestras sociedades concretas en esas mismas circunstancias, ya que somos la misma especie y nuestro ADN malvado es básicamente el mismo que el de esos grupos étnicos. Y también son parecidos al de nuestros ancestros que cometieron grandes crueldades apoyadas por la mayor parte de la población, como los sacrificios humanos, el maltrato a homosexuales, la esclavización de personas pertenecientes a otros grupos raciales, etno-lingüísticos o etno-religiosos, el derecho de conquista que permitía a robar las tierras y riquezas a los conquistados y a obligarlos a trabajar para los conquistadores (“derecho” que formaba parte del derecho internacional hasta después de la Segunda Guerra Mundial), el derecho a violar a las mujeres de los territorios conquistados y un largo etcétera.
Y son similares a esa mayoría de occidentales que en la actualidad están a favor de la esclavitud, explotación y maltrato animal en granjas industriales o experimentos médicos.
Ello es así porque todos los homos sapiens nacemos con unos genes benignos, por un lado, pero con otros muy malignos, por otro lado, ambos orientados a satisfacer nuestras necesidades y deseos, las de nuestros seres queridos y nuestro grupo. Desde un punto de vista biológico, todo ello está orientado a perpetuar nuestros genes. No tenemos culpa de tener ese ADN victimizador, ya que no lo hemos elegido, pero sí somos responsables de corregirlo.
Por defecto, la programación genética con la que nacemos nos lleva a tratar bien a aquellos que consideramos “respetables” y a abusar de los que consideramos “victimizables”, sin apenas sentir la empatía, compasión y sentimiento de culpa que sí experimentaríamos si esas mismas fechorías las cometiésemos con los “respetables”. ¿Y quién nos dice quién es merecedero de consideración y quién es “una cosa o un saldo que no cuenta” al que podemos pisotear o sacar provecho a nuestro antojo? El grupo al que pertenecemos. Por ello esas etiquetas subjetivas varían mucho entre las diferentes culturas y épocas.
Somos como Doctor Jeckyll y Mister Hide. El primero es la madre entregada a sus hijos, el amigo afectuoso que nos hace algún favor, el vecino y la dependienta agradables o el voluntario que dedica alguna horita semanal a una ONG. Mister Hide son todos esos mismos cuando apoyan a Israel o Palestina (y por tanto son cómplices de las atrocidades que cometen), cuando están en contra de los derechos de los animales, los derechos del colectivo LGTBI, cuando cometen deshonestidades y en general cuando hacen cualquier daño, directa o indirectamente, a cualquier ser sintiente que no sea legítima defensa contra el agresor.
Esa cruda realidad contrasta con el concepto positivo, edulcorado y embellecido, que solemos tener de nosotros mismos, nuestros seres cercanos y nuestra propia especie en general. ¿Por qué? Por el narcisismo de especie y grupo que tenemos, por el cual estamos encantados de conocernos a nosotros mismos y creemos que somos los mejores de entre todas las especies (a pesar de ser los más crueles de entre todas ellas), diferentes y especiales, y por tanto con derecho a usarlas a nuestro antojo, explotarlas y maltratarlas sintiendo una indiferencia en diferentes grados con los sufrimientos que les causamos. Tendemos a creer que somos tan guays y superiores a otras especies, razas, etnias o grupos que merecemos privilegios sobre ellos y tenemos derecho a despojarlos de sus derechos. Todo lo anterior son síntomas típicos del narcisismo perverso.
Nuestro narcisismo de especie y de grupo nos lleva a que tendamos a ver principalmente unos padres buenos que nos aportan mucho, unos hijos angelicales en la infancia por los que se nos cae la baba, amigos por los que sentimos mucho afecto mutuo y conocidos cordiales, porque nuestro cerebro nos engaña con ese sesgo cognitivo. Hace que veamos sobre todo al Doctor Jekyll y apenas a Mr. Hide. Es algo parecido al enamoramiento, en que el cerebro segrega unas sustancias, como las catecolaminas, para crear un espejismo idealizado de la persona amada, viendo sólo virtudes y ningún defecto hasta que pasan los efectos del enamoramiento.
Por todo ello tenemos la tendencia a creer que los villanos son sólo unos pocos, los típicos “malos de la película”, pero no la mayoría, a la que a menudo vemos como esos protagonistas de comedias divertidas, esos personajes desenfadados, graciosos, simpáticos e inocentes que parecen incapaces de romper un plato. Pero sólo lo PARECEN, no nos engañemos. Porque sólo hay que esperar a que surja la situación que se preste al abuso para conocer cómo es su modus operandi hiperdepredador y cómo va a saco.
El blanqueamiento de la especie humana varía mucho según personas. Cuanto más cerca de la psicopatía está un individuo más ve el abuso y la crueldad no como algo malo sino como normal y menos empatía siente por sus víctimas, así como menos sentimiento de culpa. Y viceversa: cuanto más sentido de la justicia tiene y más altos son sus estándares éticos más malvada ve a la especie humana y más reacciona cognitiva, emocional y conductualmente frente a los atropellos.
Otros factores genéticos que contribuyen a que no reconozcamos nuestra maldad es nuestro apego por la tradición y el efecto rebaño, pues tendemos a creer que si nuestras perversidades son acordes con esa tradición y con lo que hace la mayoría de nuestro grupo no se consideran tales maldades, sino simples costumbres. Pero la realidad es que los crímenes siempre son crímenes, por mucho que sean institucionalizados, acordes con la ley, con las normas sociales y con las autoridades. Por ejemplo, los sufrimientos que se causaron a los judíos en la Alemania nazi no dejaron de ser atrocidades por mucho que cumpliesen todos esos requisitos.
De hecho, la mayor parte de los crímenes no son los que aparecen en la sección de sucesos de los diarios, los cometidos por alguien que se sale del orden establecido, sino los permitidos o incluso aprobados y apoyados por la mayor parte de la sociedad, razón por la cual suelen ser a gran escala.
Ese lado oscuro que tenemos está muy arraigado en nosotros, aunque es difícil saber desde cuándo lo tenemos. Podría ser que forme parte de nuestro mapa genético desde hace millones de años, antes incluso de que fuésemos homos sapiens sapiens, ya que la especie que es prima hermana de la nuestra, los chimpancés, con los que compartimos según algunos estudios el 98-99% de nuestro ADN, es también muy agresiva y despiadada (aunque con importantes diferencias entre individuos). Puede por tanto que el CHLCA, el probable ancestro común que tenemos con los chimpancés, ya tuviese esa crueldad, si bien tampoco es del todo seguro, porque el mismo también sería ancestro de los bonobos, que son bastante benignos.
Pero lo que sí está claro es que desde el Neolítico ha habido un proceso de selección genética en que los humanos más malvados han dejado bastante más descendencia que los más benévolos, a través de la extendida práctica de la violación. Durante los miles de años que duró el Neolítico era normal la guerra endémica y el ataque a las tribus vecinas para robarles sus tierras y mujeres (en el caso de las aldeas agrícolas) o el ganado y las mujeres (en el caso de las tribus de pastores). Obviamente los desaprensivos eran los que más tenían tendencia al robo y violación de mujeres y, por tanto, los que más descendencia han dejado.
En las posteriores milenios de cacicazgos, reinos e imperios continuó esa práctica frecuente de guerras y violación de las mujeres conquistadas. Por si fuese poco, era común que los señores feudales canallas y bravucones abusasen sexualmente y violasen a las mujeres que vivían en sus tierras, pues como los jueces eran ellos mismos, así como los que tenían el poder militar, ¿quién se lo iba a impedir? Es por ello que, por ejemplo, un asiático depravado como Genghis Khan, que exterminó a unos 40 millones de personas, un porcentaje considerable de la población asiática (sólo en Irán se estima que asesinó al 75-90% de sus habitantes), y que usaba empalamientos y otros tipos de muertes muy crueles, haya dejado mucha más descendencia (se estima que un 8% de los asiáticos descienden de él) que un asiático bondadoso como Gandhi.
Ese proceso de selección genética ha durado como mínimo 11.000 años, afectando al menos a 440 generaciones. En buena parte de Europa no terminó hasta la Segunda Guerra Mundial, en que, una vez más, hubieron violaciones masivas. Por tanto, no es de extrañar que las generaciones actuales hayamos heredado tanto ADN maligno de los más abusadores y matones. Tenemos más herencia genética de los injustos que de los justos, de los miserables que de los noblotes y de los ruines que de los íntegros. Por ello a menudo no nos damos cuenta de nuestras canalladas, ya que son justamente esos cromosomas del abuso los que o nos impiden verlas como tales o nos llevan a mirar hacia otro lado porque ello es conveniente para nuestros intereses egoístas.
LAS 2 BUENAS NOTICIAS
La primera buena noticia es que nuestra tendencia a pisotear a los demás es nuestra programación por defecto, pero podemos cambiarla, del mismo modo que cuando adquirimos una app o un programa informático nos vienen con una configuración predeterminada, pero podemos ir a Ajustes y cambiarla a nuestro gusto.
Para ir a nuestra pantalla interior de Ajustes y quitar el tic en la opción “Hacer daño a los demás” primero es necesario darnos cuenta que tenemos marcada esa opción, de que por inercia funcionamos con un lado abusivo, para a continuación arrepentirse y querer enmendar.
La segunda noticia es que todos o casi todos tenemos un sentido innato de la justicia (muy psicópata hay que ser para no tenerlo) en diferentes grados según las personas. Y si recurrimos a él será la mejor herramienta para enmendar y ser cada vez más buenas personas.
Sin embargo, con nuestra mejora individual tenemos sólo para empezar, pero en absoluto para acabar, ya que somos más de 8.000 millones de habitantes en este planeta. Para dar por terminada esta noble tarea sería necesario convencer a todos ellos. Pero no nos agobiemos; empecemos sólo por unos cuantos y luego sigamos por otros más. Ello es también una deuda moral hacia las víctimas a las que hemos hecho daño y a las que ya no podemos resarcir directamente, bien porque ya estén muertas o porque por otro motivo no sea viable o sea muy difícil. Posiblemente desearían que la reparación del daño consistiese en que hagamos algo para que nadie más sufra los abusos que ella experimentó.
E importantísimo: educar a las siguientes generaciones en la cultura del respeto, de no dañar a los demás.
Si no hacemos nada, la victimización va a seguir continuando siglo tras siglo, como ha venido sucediendo en los milenios pasados. Y en ocasiones se irán repitiendo posiblemente atrocidades a gran escala, ya que la historia es cíclica y tenemos el mismo ADN abusivo que las generaciones anteriores. No pensemos que el grado de civilización y paz que hemos alcanzado está garantizado. Ya hubieron otras Pax en el pasado (como la Pax romana o la mongólica) que acabaron despareciendo y dando lugar a innumerables guerras y horrores.
Lo anterior tendrá muchas más posibilidades de que suceda si por cualquier motivo (climático, económico, catástrofes naturales, sobrepoblación, agotamiento de recursos naturales, meteorito, etc.) escasean los recursos que necesitamos. El momento en que nos cueste alimentar a nuestros hijos y a nosotros será el caldo de cultivo perfecto para que saquemos nuestro lado más superviviente-hiperagresivo-ladrón-conquistador-sin escrúpulos, para el florecimiento de opciones extremistas (como sucedió con el nazismo como consecuencia de la gran crisis económica tras el crack del 29), conflictos, guerras y violaciones masivas de derechos humanos.
La mejor vacuna contra ello es la educación de las futuras generaciones en la ética de la bondad (además de la prosperidad al alcance de todos).
Pero independientemente de lo que suceda en el futuro, que es difícil de predecir, ¡hagamos algo en el presente para reducir la crueldad a la mínima expresión posible!
¿Qué es mejor para todos: quedarnos de brazos cruzados y dejarnos llevar por la inercia o hacer algo por conseguir un mundo mejor para todos en que vivir? ¿Un mundo menos duro y más justo tanto para las generaciones actuales como para nuestros descendientes?
Porque, cuando estés a punto de morirte y mires hacia atrás, ¿qué desearás haber hecho que no hayas hecho y de qué te arrepentirás?
Gracias,