La paternidad puede ser una gran fuente de satisfacción y una buena forma de cubrir la necesidad de vínculos estrechos. Puedo afirmarlo por experiencia propia. Además, este tipo de relación casi siempre perdura en el tiempo, hasta que la muerte separe a padres e hijos.
Sin embargo, para que realmente sea tal bendición para los padres es necesario tener una buena relación con los hijos y ello se consigue cuando de forma continuada los tratamos bien y velamos por su bienestar.
Por nuestra felicidad y la de ellos, es conveniente que la decisión de tener hijos sea responsable y bien reflexionada, ya que el bienestar de los mismos depende en gran medida de los padres. Valorarlo implica que si se tiene descendencia es para ejercer una paternidad de calidad que cubra sus diferentes necesidades, tanto físicas como emocionales, y para hacer lo que esté en nuestras manos para que sea feliz. Ello es lo que caracteriza a las familias orientadas a la felicidad, tal como veremos a continuación.
1. CUBRIR LAS NECESIDADES DEL NIÑO
Para conseguir la felicidad de nuestros hijos lo primero de todo es satisfacer, desde su nacimiento, sus diferentes necesidades: las materiales, como comida, abrigo o higiene, pero también las emocionales, como amor, respeto, seguridad, contacto físico, atención, diversión, etc. La diferencia entre las familias funcionales y las disfuncionales es que las primeras son las que cubren adecuadamente esas necesidades.
Para conseguir lo anterior y cuidar adecuadamente del niño contamos con un manual de instrucciones interno con el que hemos nacido. El conocimiento ya lo llevamos dentro de nosotros en forma instintos y basta dejarse llevar por ellos, tal como han hecho la mayoría de madres y padres durante la mayor parte de la historia. Informarse, leer y consultar a pediatras y psicólogos infantiles nuestras dudas es beneficioso tanto para los hijos como para los padres, por lo que es una excelente inversión que aconsejo. Sin embargo, probablemente las claves sobre cómo tratar a nuestros hijos están en seguir nuestros instintos y nuestra racionalidad para analizar cada situación.
Uno de ellos es esa fuerte necesidad que tenemos de que nuestros “cachorritos” estén bien y de cubrir sus diferentes necesidades. El niño está programado para emitir señales que las indiquen en cada momento y yo lo estoy para captarlas de forma natural. Por ello, sintonizo con mis instintos y con los de mi hijo y entiendo sus mensajes y estados de ánimo, sobre todo de nerviosismo y tristeza. Averiguo qué necesita y se lo proporciono.
Para conseguir lo anterior contamos con poderosos mecanismos internos. Para empezar, nuestro cuerpo genera sustancias que provocan un fuerte instinto de protección, cuidado, amor y ternura, de dar y satisfacer. Suele ser un sentimiento muy especial y poderoso. El hijo depende totalmente de nosotros para su supervivencia y por ello ese intenso impulso interior nos lleva muchas veces a dar prioridad a las necesidades de las crías por encima de las nuestras propias, incluso en algunos casos a dar la vida por ellos.
Amor, respeto y aceptación
Suelto y libero mis sentimientos de cariño y dulzura. Me dejo llevar por los efectos de las sustancias segregadas por mi cuerpo y proporciono a mis hijos muestras de afecto como besos, caricias, abrazos, cosquillas y palabras bonitas. Les digo que les quiero mucho. Los orfelinatos de algunos países en que los cuidadores raramente tocan a los niños y mucho menos les dan amor ofrecen una triste evidencia de que los cerebros de los menores que han sufrido negligencia no se desarrollan de forma normal.
Al ser cariñoso, considerado y sensible con mis hijos, tienden a amarme y confiar en mí. Si soy un padre adorable ello tiende a volver a mí como un boomerang. Probablemente en mis manos está el mantener con mis hijos unas relaciones armoniosas y estupendas, que me llenen y satisfagan enormemente.
Los padres orientados a la felicidad se caracterizan también por el respeto a sus hijos, que se manifiesta en valorarlos y elogiarlos. Puedo decir a mi hijo que es guapo, bueno y capaz y que para mí es maravilloso, creando una familia en que cada uno de sus miembros sea aceptado con orgullo por lo que es.
Optimizaré la felicidad de mis hijos y la mía propia si les doy un trato exquisito, sin gritar y mucho menos pegar. Si en algún momento el niño viola de forma muy manifiesta mi sentido de lo que es justo, tengo derecho a mostrar mi descontento e incluso rabia, pero es mejor que ello sea muy excepcional. Si puedo evitar la ira, mejor. Conviene intentar mantener la mayor parte del tiempo una actitud cordial, serena y con sonrisas abundantes.
Seguridad
Los padres orientados a la felicidad proporcionan también al niño seguridad, creando un entorno en que se sienta a salvo. Sabe que siempre estaré ahí para todo lo que necesite. Si en algún momento tiene miedo, lo tranquilizo con mucho amor. Le puedo enviar mensajes de calma. Si evitamos hablar mal de otras personas delante de ellos, ello ayudará a que no se vuelvan desconfiados con los demás. Al mismo tiempo, puedo ser moderado y evitar la sobreprotección.
Atención
Los niños también necesitan atención, a veces mucha, por lo que reforzaré mi vínculo con ellos si dedico el tiempo que pueda para estar por ellos. Les escucho con interés y respondo a sus interactuaciones. Muestro ganas de estar con mis hijos. Comparto actividades, juegos y conversaciones. Cuanto más roce positivo hay, más se estrecha el vínculo. Si le dedico tiempo de calidad es muy fácil ganarme a mi hijo, aunque evitando el extremo de que se crea el centro del universo.
Generosidad
Me puedo dejar llevar asimismo por el instinto de dar, obsequiando a mi hijo de vez en cuando con pequeños regalos, detalles y experiencias placenteras. Ello les hace sentirse queridos, cuidados y bien tratados. Aprenden la pauta de dar, que luego posiblemente aplicarán con otras personas y conmigo mismo. Al mismo tiempo, conviene ser moderado y dosificar. Si le satisfago algunos de sus caprichos, pero no todos, ello ayuda a desarrollar su capacidad de tolerar la frustración. Cuando mi hijo me pide algo y no se lo doy, le puedo decir que ya le he dado otra cosa hace poco y que eso nuevo que desea ya se lo daré otro día o bien que no es posible o conveniente. Así, el niño aprende a ser paciente, moderado y razonable.
Diversión
Permito que mis hijos se lo pasen bien con sus juegos y juguetes favoritos y participo en ello. Si dejo fluir, mi instinto me dirá cómo jugar con mi hijo en cada momento y cómo hacerle payasadas, bromas, tonterías y comentarios que les lleve a reír, creando un ambiente de diversión y distendimiento.
Libertad
Muchas veces la mejor educación es la menor educación, dejándoles que se rijan principalmente por su interior. Será beneficioso tanto para el bienestar del niño como para el de los padres y otras personas con las que se relaciona respetar la necesidad de libertad pero al mismo tiempo poner ciertos límites que son de sentido común y de justicia:
No hacer daño a los demás, respetando los derechos y libertades de los otros.
No hacerse daño a sí mismo.
Asumir ciertas responsabilidades obvias, como terminar los deberes u ordenar lo que desordene.
Cumplir aquello a lo que se ha comprometido.
Asimismo, una madre o padre orientad@ a la felicidad inculca el respeto a los demás, incluyendo personas, animales y propiedad ajena. Ese estilo se contagia siendo considerados nosotros con el niño y con los otros, transmitiendo de palabra la cultura del respeto y puliendo las conductas del hijo que no estén en esa línea. Por ejemplo, si arrebata un juguete a otro niño, puedo poner la regla lógica de que el primero que usa un juguete es el que tiene derecho a seguir jugando con él.
Es beneficioso promover la comunicación con mi hijo, sobre todo a partir de los 8 años. Si yo le cuento mis asuntos con apertura, ello contribuirá a que él también me cuente los suyos. Si le juzgo, le desapruebo y le digo que no frecuentemente estoy cortando vías de comunicación, mientras que la comprensión, la tolerancia, la aprobación y el elogio la fomentan. Creo un ambiente de confianza en que se puedan contar todo tipo de cosas.
Relaciones
Los niños necesitan relaciones de diferentes tipos: con sus padres, abuelos, familia extensa y otros niños de edades similares a las suyas. Contribuyo a satisfacer sus necesidades de sociabilización con otros niños y adultos.
Para ello promuevo que desarrollen las habilidades sociales. La mejor manera es que yo las aplique con ellos, transmitiendo en el día a día amor, respeto, honestidad, generosidad, atención, buena comunicación verbal, no verbal, empatía, asertividad, etc. Como este libro no pretende ser un manual sobre las mismas, pueden aprenderse e interiorizarse a través de los cursos y libros del Instituto del Bienestar.
Además de yo ser un ejemplo de habilidades sociales en mi relación con mi hijo, conviene que lo sea con los demás, pues ello también le influye. Además, es aconsejable que vaya puliendo al niño con mis recomendaciones cada vez que vea que su interacción con otras personas es mejorable.
2. PENSAMIENTOS POSITIVOS
La felicidad de nuestros hijos dependerá, como la nuestra, en gran medida de sus pensamientos. Por ello, para que sean felices conviene que trabajemos en que éstos sean lo más agradables posible. Podemos hacerlo de cuatro maneras:
Transmitiendo pensamientos positivos al niño. Para ello convendrá que nosotros mismos los cultivemos, tal como se explica en los libros y cursos del Instituto del Bienestar (IDB). En las familias orientadas a la felicidad los padres intentan expresar a sus hijos mensajes agradables que se les ocurren, como qué buena es la comida que están tomando, qué bonito es el lugar que están visitando o qué maja es tal persona. Asimismo, les estimulan para que ellos también tengan esos pensamientos, preguntándoles qué cosas les han gustado más del día de hoy, ayudándoles a tomar conciencia de su gran suerte por tener comida y otras necesidades cubiertas, unos padres que le dan cariño, lo afortunado que son en comparación con algunos niños, etc.
Transmitiendo creencias positivas, como la autoeficacia (querer es poder), la responsabilidad (somos en gran medida responsables de nuestro futuro), la no dependencia (para ser feliz se necesita muy poco), los no deberías (no hay ninguna ley del universo que diga que algo deba ser de alguna manera determinada), la no culpabilidad (somos responsables de ciertas cosas pero no culpables), etc. Obviamente es mucho más eficaz si no sólo predicamos esas creencias, sino que previamente las hemos interiorizado.
Una forma de hacerlo es a través de los cursos y libros del Instituto del Bienestar (puede sonar a propaganda repetitiva, pero es la mejor manera que honestamente se me ocurre, dada la brevedad de la presente guía). Si ponemos en práctica todo lo anterior, nuestros hijos quedarán programados con creencias que generarán pensamientos y conductas positivos que a su vez contribuirán a su felicidad y la de los demás.
Evitando transmitir creencias negativas, de tipo alarmista, de impotencia, exigentes, valorativas, culpabilizadoras y punitivas, de intolerancia y de otro tipo de las que se habla en los cursos y libros del IDB. Para ello es necesario que previamente nos hayamos librado nosotros mismos de ellas, ya que nuestro mundo cognitivo (creencias y pensamientos) suele influir mucho en el de nuestros hijos. Por tanto no nos quedará más remedio que trabajar este tema.
Si se detectan ideas negativas irracionales en el niño, convendrá cuestionarlas, convencerle del error y transmitirle otras positivas que sustituyan a las primeras. A partir de unos 8 años aproximadamente cada vez resulta más fácil dialogar con ellos. Como los hijos cogen ideas no sólo de los padres, sino también del entorno, es aconsejable detectar las que sean contrarias a su felicidad e irlas corrigiendo mediante argumentos y pensamientos más positivos. De nuevo, para ello es aconsejable que nosotros conozcamos suficientemente bien este tema.
A partir de 8-10 años es beneficioso para nuestros hijos que le demos formacióncognitiva. Una buena manera es animarles a leer el libro “El Secreto de Milene”, que explica todo esto con un formato de historia de aventuras.
3. EMOCIONES POSITIVAS
Otra de las claves de la felicidad de los niños es transmitirles emociones agradables, intentando crear un ambiente de tranquilidad, amor, alegría, satisfacción, ilusión y disfrute. Una manera fundamental de hacerlo es que los padres también cultiven sus propias sensaciones positivas, tal como se explica en los libros y cursos del Instituto del Bienestar. La razón de ello es que los niños son como esponjas: lo que vean tenderán a reproducirlo. Así, por ejemplo, si somos amorosos con ellos, con el tiempo tenderán a serlo con nosotros mismos y con otras personas.
Por otra parte, los padres orientados a la felicidad intentan gestionar adecuadamente las emociones desagradables. No estoy hablando de reprimirlas internamente, sino de manejarlas, tal como se explica en nuestros libros y cursos. Además, cara al niño las muestran de la siguiente manera:
Tristeza, frustración, miedo, enfado, preocupación, cansancio, dolor y molestias físicas: Es saludable que los padres exterioricen estas emociones ocasionalmente, ya que enseñar a los niños a reconocer y expresar sus emociones de manera natural es crucial para su desarrollo emocional. Según Gottman y Silver (1999), modelar la gestión emocional de forma equilibrada permite a los niños aprender cómo afrontar sus propias emociones.
Por ejemplo, un padre que explica con calma que se siente frustrado y por qué, muestra al niño cómo identificar y comunicar sus sentimientos sin agresividad ni represión. Sin embargo, es fundamental que estas emociones se expresen con moderación. Por ejemplo, llorar de tristeza o mostrar preocupación frente a una situación real puede ser educativo, pero hacerlo de forma descontrolada puede generar inseguridad en el niño.
Culpa: es recomendable expresarla cuando hemos hecho daño a alguien, de forma que nuestro hijo vea que nos sentimos mal por ello y que como consecuencia nos disculpamos e intentamos reparar el daño causado. Ello le ayuda a desarrollar la empatía y el sentido de la ética. También conviene que se dé cuenta de que como consecuencia de lo anterior nos liberamos rápidamente de este sentimiento.
Odio, desprecio, envidia, vergüenza y sentimiento de valer poco: su expresión debe manejarse con extrema precaución, ya que estas emociones suelen estar cargadas de ideas subyacentes que los niños pueden interpretar de manera negativa. Mostrar odio hacia personas o animales inocentes, por ejemplo, no solo envía un mensaje erróneo, sino que también puede fomentar actitudes intolerantes en los hijos. Según Aron et al. (2000), es mejor moderar la expresión de estas emociones y trabajar en transformarlas en actitudes más constructivas.
Por otro lado, conviene ayudarles a gestionar sus emociones negativas cuando aparezcan. Ello es muy diferente de estimularles a reprimirlas, como decirles que no estén tristes o que no lloren (aunque si lloran por algo realmente intrascendente se les puede hacer ver que eso no es un motivo para sentirse tan mal). Otra forma de proporcionarles educación emocional es etiquetando las emociones, tanto las suyas como las de otras personas.
4. CONDUCTAS POSITIVAS
Para inculcar conductas positivas a los niños conviene hacer dos cosas:
Permitir que en lo posible y razonable puedan funcionar conforme a lo que son por naturaleza y a lo que realmente les gusta, respetando su individualidad. Sus vidas pueden terminar en cualquier momento, por lo que me puedo proponer ya regalarles muchas experiencias gratificantes para ellos.
2. Ayudarles a que desarrollen hábitos positivos, a partir de los 2-4 años, como la alimentación saludable, la higiene, el sueño, el descanso, cultivar relaciones satisfactorias de diferentes tipos, las habilidades sociales (comportamiento respetuoso, empatía, asertividad, etc.), ocio, aprendizaje, etc.
Para ambas cosas conviene que nosotros mismos seamos un ejemplo. De nuevo, en los cursos y libros del Instituto del Bienestar se puede profundizar más sobre todo ello.
5. EDUCACIÓN POSITIVA
Una educación positiva es la que le ayudará a los hijos a ser felices tanto de pequeños como de adultos. Como somos seres complejos con muchas facetas, puedo regalarles una formación integral y rica en todos los sentidos, incluyendo conocimientos teóricos, aprendizaje práctico y capacidades útiles de diferentes tipos. También comprende su crecimiento como persona en sus diferentes dimensiones, valores, y por supuesto, el desarrollo de la habilidad de ser feliz. Algunos de los aspectos de esta educación completa son los siguientes, ordenados de forma cronológica conforme va creciendo.
Valores positivos
Durante aproximadamente los 2-3 primeros años de vida apenas se educa a un hijo, sino que se le cubren sus necesidades y se le da mucho amor. Sin embargo, a partir de esa edad sus interactuaciones con adultos y otros menores empiezan a ser más complejas y surgen conflictos, como quitar un juguete a otro niño o tener una rabieta porque sus padres no le dan lo que pide. Por ello conviene comenzar a educar en actitudes positivas, sobre todo la del respeto. Los padres orientados a la felicidad van puliendo a sus hijos en este sentido de forma lo más pacífica y civilizada posible, intentando que el niño sea considerado y razonable, de modo que se tenga en cuenta no sólo a sí mismo sino también a los demás. Leer más…
Conforme vaya creciendo conviene asimismo que vaya asumiendo responsabilidades, en un nivel apropiado según su edad, no teniendo por qué hacer siempre y en todo momento lo que le gusta. A medida que pueda ir realizando por sí mismo cosas prácticas le puedo estimular a que haga las máximas de ellas, como comer, ordenar lo que desordena, lavarse o ducharse. Las familias orientadas a la felicidad transmiten actitudes como el sentido de la responsabilidad, la autonomía, la proactividad y el hacer las cosas razonablemente bien. Asimismo, elogian efusivamente y premian a sus hijos por realizar tareas y por efectuarlas bien, enfatizando mucho lo bien que lo han llevado a cabo (aunque no esté perfecto).
En estas familias, los padres buscan el momento oportuno, según la edad y lo que haga el niño, para ir inculcando otros valores orientados al bienestar individual y colectivo:
Responsabilidad social (solidaridad, generosidad, contribución a construir un mundo más feliz)
Respeto, amor, honestidad, tolerancia, paz y aperturismo
De todos ellos los padres orientados a la felicidad dan en especial una fuerte educación en los valores del respeto, tolerancia hacia lo inocuo y justicia, cortando rápidamente todo tipo de abuso. Si mi hijo tiene claro que existe un orden justo que protege los derechos de todos y una autoridad que lo garantiza, ello le da seguridad y tranquilidad, ya que percibe que no está en un entorno caótico regido por la ley del más fuerte.
La mejor manera de transmitir todas las actitudes anteriores es predicando con el ejemplo, por lo que recomendamos leer y poner en práctica la guía antes mencionada. Así, una de las maneras de transmitir la honestidad es no mentir nosotros y cumplir siempre lo que decimos, lo cual con el tiempo va generando credibilidad.
Fomento de la curiosidad y apertura al mundo exterior
A efectos de ir preparando a los niños para la vida académica, es conveniente estimular en ellos el afán de aprender y experimentar y el interés por el mundo. Para ello se les puede llevar a diferentes lugares interesantes para que se abran al mismo con confianza y curiosidad. En la medida de lo posible es saludable ofrecerles una variedad de actividades: culturales (museos, arquitectura, música, espectáculos, planetariums, contacto con los animales, tecnología, etc.), deportivas, sociales, en la ciudad, la playa, el campo y la naturaleza. Si la familia tiene la oportunidad, puede hacer excursiones, escapadas y viajes con las que acompañe a sus hijos a canalizar su innato instinto de exploración.
Si éstos detectan en su familia curiosidad y valoración del conocimiento probablemente tendrán una actitud más receptiva a lo que les enseñen en el colegio. Por otro lado, la interacción práctica con el entorno constituirá un puente entre los conocimientos teóricos de la formación académica y la realidad, de tal manera que conozcan ésta no sólo en los libros de texto sino también por contacto directo y vayan relacionando lo primero con lo segundo.
Otras maneras de fomentar la curiosidad son que en casa haya recursos culturales (libros, Internet, etc.) y que los niños observen cómo sus padres leen, ven documentales, escuchan podcasts, exploran y se interesan por los diferentes temas. Según algunos estudios, el nivel socio-cultural de los progenitores influye de forma acusada en el rendimiento académico sus hijos (más incluso que el nivel económico).
En relación con lo anterior, conviene comprar libros a los pequeños de la casa y leerles durante un rato antes de irse a dormir desde una edad temprana. Conforme aprendan a hacerlo por si solos, los padres pueden leerles primero y luego al revés. Más adelante les podemos estimular a que nos lean sólo ellos a nosotros y cuando sean más mayores a que lean solos la mayor parte de los días. La lectura no sólo les ayudará a aprender, sino también a desarrollar su inteligencia.
Espíritu crítico
A partir de cierta edad los niños comienzan a expresar ideas. Es el momento ideal para ayudarles a pensar por sí mismos y a que se cuestionen las cosas, haciendo preguntas como: ¿estás seguro de que eso es así?, ¿por qué lo crees?, ¿qué te hace pensar eso?, ¿pero tú eso lo has visto? Es aconsejable hacerles ver que para muchas cosas se trata simplemente de opiniones. Ello no sólo contribuirá a que se desarrollen intelectualmente, sino también a su felicidad.
Formación académica
Nuestros hijos necesitan que les preparemos para la vida, con la educación y formación adecuada, a fin de que cuando sean adultos puedan satisfacer sus propias necesidades, como la de prosperidad, trabajo satisfactorio, libertad, seguridad, etc.
La formación tiene lugar normalmente en la escuela, pero algunas familias prefieren la educación en casa. Todas las opciones son respetables. En cualquiera de ambos casos, un@ madre/padre tiene en cuenta, a la hora de elegir el colegio o el sistema educativo, que se sigan las pautas explicadas en la guía “Colegios orientados a la felicidad”: ambiente apropiado para la felicidad de los niños, buen rendimiento académico, educación emocional y en valores.
Conviene estimular a los hijos a que aprendan y se formen, ya que en la sociedad del conocimiento en que vivimos la educación abre muchas puertas y contribuirá a que tengan más libertad y opciones cuando sean adultos. Además, un buen capital humano contribuirá a una sociedad más próspera, funcional y feliz. Por todo ello es recomendable valorar el rendimiento académico, elogiar cualquier tipo de resultado escolar que esté razonablemente bien, premiarlo y en general motivar.
Por otro lado, si los profesores hacen razonablemente bien su trabajo, es muy positivo el reconocimiento, valoración y apoyo a los mismos por parte de los padres. Ello aumentará su motivación para ser buenos profesores.
Aprendizaje del bienestar personal
Obviamente, una de las facetas que desarrollan las familias orientadas a la calidad de vida es la educación de la felicidad, enseñando a sus hijos la forma de vivir, hacer y pensar orientada a ella. Además de transmitirles yo los pensamientos, emociones y conductas positivas de que hemos hablado anteriormente, a partir de una edad de unos 8-10 años puedo estimularles a que aprendan por sí mismos tanto a nivel teórico como práctico el área del conocimiento del bienestar personal.
Una buena manera de hacerlo es que lean el libro de aventuras “El Secreto de Milene”y luego lo intenten poner en práctica. Será más efectivo si lo releen cada año. Con ello conseguiremos que se introduzcan en este tema. En la adolescencia, a partir de unos 15-16 años, podrían avanzar más en este tema leyendo “Historias de Zan”, con lo que adquirirán unos conocimientos básicos sobre el bienestar personal. Con unos 18-20 años conviene que profundicen con“Las Técnicas del Bienestar Personal”, lo que les permitirá un nivel de conocimientos medio. Si en el futuro lo consideran oportuno, pueden conseguir un nivel avanzado leyendo “La Ciencia del Bienestar Personal”.
Por otro lado, hay otros 2 temas relacionados con el bienestar en los que los padres pueden ayudar a sus hijos:
– Expresiones corporales positivas. Consisten principalmente en ir moderadamente erguido, tener los músculos de la cara y del cuerpo razonablemente distendidos y sonreír de vez en cuando. Si se detecta que algunas de las expresiones corporales del niño no son saludables, a partir de los 8-10 años conviene intentar corregirlas de una forma lo más respetuosa y menos invasiva.
– Desarrollo de la conciencia. A partir de esa edad es aconsejable estimular también a nuestros hijos a hacer algún ejercicio de meditación. Antes de los 10 años se puede practicar en su modalidad dinámica, como la meditación caminando, y a partir de esa edad empezar a hacerlo sentado (o tumbado). Sería recomendable que el niño leyese primero el cuento “El Secreto de Milene”, para que se motive sobre el tema, y que luego dedicase ratitos a la meditación. Lo lógico es empezar por unos pocos minutos al día, a efectos de que no se les haga pesado, y luego ir aumentando progresivamente el tiempo.
Cómo educar
La mejor manera de educar es con un estilo tranquilo. En vez de aplicar el castigo y la imposición, puedo hacerlo con amor, así como mediante la transmisión de valores positivos, la enseñanza de pautas razonables y la explicación del por qué de las mismas. Si en lugar de infundir temor o respeto reverencial desarrollo la autoridad moral, la complicidad y la lealtad hacia mí, muchas veces bastará un simple consejo para que mis hijos me hagan caso.
No se trata tanto de inculcar una obediencia ciega, de que hagan las cosas porque sí, porque alguien lo ordena. Obediencia significaría que si un padre dijese a sus hijos que se tiren a un pozo o que tiren a otra persona al mismo lo tendrían que hacer sin más. Se trata de que sean razonables, de orientar hacia conductas basadas en unas razones lógicas y explicarlas.
Los padres orientados a la felicidad usan el elogio, el premio, la motivación y la estimulación, evitando en la medida de lo posible la presión, agobiar, ofender, gritar, amenazar y sobre todo pegar o agredir. Este tipo de familias educan, asimismo, afirmando lo positivo en vez de hablar de lo negativo. O sea, generalmente no comentan tanto lo no quieren que haga el niño o cómo no quieren que sea, sino lo que conviene hacer o cómo quieren que sea. De hecho, puede ser efectivo decirle repetida y frecuentemente que ya es así y tenderá a ser así. Por ejemplo, en vez de reprocharle que se está portando mal, le puedo decir que se comporte bien porque es un niño bueno, considerado y educado.
Como se ha expuesto antes, también es decisivo el ejemplo, es decir, que muestre yo mismo las actitudes positivas. Dado que los niños tienden a reproducir como espejos las conductas que ven de los adultos, si predico una cosa pero hago otra diferente ellos tenderán a reproducir esa pauta, predicando una cosa y haciendo otra diferente.
Dar una educación democrática, igualitaria y pacífica implica no consentir actitudes despóticas, una caprichosidad autoritaria o que peguen o insulten injustificadamente. Me basta simplemente con decirle que sea razonable y respetuoso, de forma civilizada y pacífica, pero tanto más seria y desaprobadora cuanto más grave haya sido la trasgresión. Si se resiste en su conducta, conviene pararle los pies y dejarle claro que eso no se va a aceptar. Le puedo comentar que no estoy contento con la conducta. Si aún así se resiste le digo con más firmeza que estoy descontento y que en ese momento no me apetece jugar o hablar con él. Si ello no bastase, puedo adoptar una medida más drástica, pero siempre dentro del respeto de la dignidad del niño… y sobre todo refuerzo cualquier conducta positiva, con el elogio, la aprobación y, si lo considero conveniente, el premio.
Es preferible huir de los extremos y buscar un punto de equilibrio, evitando tanto el autoritarismo como un excesivo permisivismo. Si el 0 es el despotismo y el 10 el buenismo puedo buscar un intermedio punto razonable, que no necesariamente tiene que ser el 5, sino que puede ser un 8,5 u otro según cada caso.