¡NO DAÑEMOS!: NO DIGAMOS A LOS DEMÁS CÓMO HAN DE SENTIRSE

Una forma de perjudicar a los demás, a veces incluso mucho, es decirles qué emociones han de tener o no, como, por ejemplo:

–          No estés triste. Anímate.

–          Hay que estar apenado porque ha fallecido tal persona.

–      Debemos ser muy empáticos con los familiares de un defunto, pero no con los animales o con alguien que tenga ciertas enfermedades, como el VIH.

–          No te enfades.

–          Es necesario amar siempre y nunca odiar.

–         No deberías quejarte de cansancio, dolor o malestar, porque no tienes un diagnóstico que lo justifique, como podría ser un cáncer.

–          No hay que sentir atracción sexual o sentimental hacia quien no “se debe”.

–          En Navidad toca estar muy alegre y rodeado de amor.

–        En el fin de año, si eres joven, procede salir de fiesta y divertirte como si no existiese mañana. Tiene que ser una juerga como nunca.

Esas creencias tan invasivas que pretenden regular nuestro fuero más interno lo que hacen es generarnos presión y que nos sintamos mal. Nos puede llevar al agobio, a la represión interna y a fingir, aumentando todavía más las máscaras que ya llevamos.

Leer ¡NO DAÑEMOS!: Quitemos la máscara de la santurronería tóxica

En navidad hay gente que se siente muy triste y sola por ello. Se creen unos pobres desgraciados por no encajar en el patrón de perfección navideña. Porque si no puedes ajustarte a esos estándares sociales parece que algo pasa contigo, que no funcionas bien.

Pero la realidad es que cada sensación cumple una función. Y es saludable sentirla y expresarla. En cambio, la represión o la imposición de la misma es nociva. Por ello, es bueno validar, respetar y legitimar las emociones, salvo que sean de odio, desprecio o agresividad hacia alguien inocente.

Conviene incluso hacerlo con las que están peor vistas. Por ejemplo, el Profesor de psicología de la Universidad de Yale Paul Bloom afirma que la bondad exige un cierto grado de enfado y venganza. Es saludable sentir indignación frente a una verdadera injusticia y exteriorizarla. ¿Por qué hay que hablar siempre sin alzar la voz, sin que una palabra suene más alta que la otra, sin sangre en las venas incluso frente a abusos flagrantes?

¿Por qué ha de existir la obligación de amar a todas las personas, incluso a quien no conoces o te ha hecho daño? Ello es algo utópico para casi todos. Y genera un conflicto interior entre la norma social y los propios sentimientos, lo que provoca tensión.

Claro que es bueno amar a los demás e incluso se puede cultivar con las técnicas adecuadas (leer más sobre ello en “El Secreto de Milene”). Nuestros sentimientos negativos se pueden gestionar y los positivos potenciar, tal como se explica en dicho libro. Y conviene hacerlo, pero el control que tenemos sobre ellos es limitado, a diferencia de nuestros actos y forma de pensar. Por tanto, mejor centrémonos en regular éstos últimos, concretamente en no tener conductas ni mentalidades que hagan daño a los demás, salvo en caso de legítima defensa contra el agresor.

De hecho, como consecuencia de ello surge el afecto. Por mucho que nos queramos autoimponer sentir cariño por todos, si nos fastidiamos los unos a los otros el resultado será más bien el rechazo, la antipatía o incluso el odio visceral en vez del amor. Y es posible que nos engañemos creyendo que ya amamos a los demás cuando en realidad no es así.

Si queremos que realmente haya afecto al prójimo (y preferiblemente entendido éste de la manera lo más extensa posible, incluyendo todos los seres sintientes), lo mejor que podemos hacer el difundir la cultura de no hacer daño a los demás.

Para concluir: tener las emociones que tenemos o dejamos de tener en cada momento es un derecho y un hecho.

¡DÉMONOS PERMISO PARA EXPERIMENTARLAS Y EXPRESARLAS!

Gracias por compartir,

 Xavier Paya 

Iniciativa ¡NO DAÑES!

www.institutodelbienestar.com

NO HAGAMOS DAÑO A NADIE, salvo legítima defensa contra el agresor.

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