Y en ese siglo, el movimiento de la Renaixença catalana iba de la mano de la Renaixença provenzal, estando federados en un resurgimiento cultural y nacional que hizo revivir la lengua, literatura e identidad nacional de Cataluña, Provenza y, por extensión, del resto de países catalano-occitanos. En aquella época predominaba la idea de una sola lengua con diferentes variedades que se extendía desde Limoges a Alicante.
Si ello cambió fue principalmente por cuestiones políticas, ya que en Francia la Renaixença era un movimiento conservador que mantenía su vocación meramente cultural sin cuestionar la identidad francesa, mientras que en la Barcelona industrial de finales del siglo XIX una parte de él evolucionó hacia una corriente política nacionalista y reivindicativa.
Ello y el retroceso de la lengua lemosina en Francia, y la desvalorización de esta como un simple “patois” hablado por campesinos, llevó a los nacionalistas catalanes de nuevo cuño a desvincularse del panoccitanismo. Primero empezaron a convencer a la gente de que a la lengua no la llamasen lemosín sino catalán. El pancatalanismo fue comiendo terreno al panoccitanismo y venció en el manifiesto de 1934 “Desviaciones en el concepto de lengua y patria”, fuertemente ideológico y con poco rigor científico. El mismo afirmó que los Países Catalanes y Occitania son dos naciones diferentes con dos lenguas diferentes. Fue a partir de ese momento que se impusieron las doctrinas nacionales explicadas anteriormente.
Pero la multiplicidad de relatos no acaba ahí, ya que también hay la versión de que la región de Valencia no forma parte de los Países Catalanes y que su lengua es diferente al catalán. Y aún hay más. ¿Te acuerdas cuando Groucho Marx decía en una película?: -Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo estos otros.
Pues lo mismo sucede con el mercadillo de los panfletos identitarios. De hecho, en el mismo también encontramos el puestecito de los nacionalistas españoles, que venden que nuestra patria es España, creada por el caudillo asturiano Don Pelayo, que inició la Reconquista, y culminada con los Reyes Católicos, que la finalizaron, otro mito fundacional. El producto que promocionan incluye de serie, por el mismo precio, el siguiente accesorio: Cataluña es una región de España y no una nación.
Por si no tuviésemos suficiente oferta en el mercado inmobiliario de construcciones nacionales, hay que añadir otra en venta a todos los que han nacido en la Cataluña francesa, el Rosellón (denominado Cataluña Norte por los nacionalistas franceses y departamento de Pirineos Orientales por los centralistas franceses). A ellos los vendedores del nacionalismo francés les publicitan que su nación es Francia porque han nacido en el hexágono, que desde tiempos inmemoriales estaba poblado por los galos y que fue conquistado por los francos, los fundadores del estado francés.
Pero la realidad es que la forma del hexágono es bastante reciente y el dibujo de las fronteras del estado francés ha variado mucho a lo largo de los siglos.
Por otro lado, lo de los galos es un mito fundacional más, ya que éstos eran simplemente tribus con lengua y cultura celta, que se extendía desde Irlanda hasta Turquía y desde Alemania hasta el sur de Portugal. Por consiguiente, no era un elemento típicamente francés, sino propio de buena parte de Europa durante varios siglos. Y no era tanto un pueblo que se expandió por Europa sustituyendo a los otros, sino una cultura exitosa que se difundió, como más tarde sería la romana o en la actualidad la anglosajona.
Pero es que, además, el edificio identitario tiene otras grietas, porque en lo que los romanos llamaban la Galia, había otras etnias aparte de los celtas, como los vascos desde Burdeos y Toulouse hasta el Ebro, los íberos en el Languedoc, los ligures en la Provenza, germanos en el nordeste o diferentes pueblos en Córcega.
Y con lo de los francos (que dieron el nombre a Francia) sucede tres cuartos de lo mismo, ya que éstos conquistaron bajo las órdenes de su rey/emperador Carlomagno buena parte de Europa Occidental y Central, creando un imperio no francés, sino europeo.
Y hablando de Carlomagno, la cosa se complica más todavía, porque según la propaganda de la paradita de los nacionalistas catalanes, el microestado de Andorra es parte de los Países Catalanes, ya que la lengua oficial del mismo es el catalán. Pero resulta que la narrativa andorrana es diametralmente opuesta a la de los patriotas catalanes, casi tanto como el Polo Norte respecto al Polo Sur, ya que para aquel pequeño principado el hecho fundacional es la conquista de su territorio por los francos, concretamente por su rey Carlomagno. En cambio, como vimos, en el nacionalismo catalán el hecho fundacional de Cataluña fue cuando el conde de Barcelona dejó de prestar vasallaje a los reyes francos.
Para colmo, el relato andorrano es tan poco riguroso como los cuentos de Disney, tal y como suele suceder con las narrativas nacionales. Prueba de ello es que es muy diferente a las existentes a los territorios que la circundan al microestado a pesar de que todos ellos comparten la mayor parte de su historia, lengua (con variaciones) y ancestros.
Carlomagno fue tan conquistador de Andorra como de todos esos territorios, así como de buena parte de Europa, pero en algunos lugares se le ha considerado fundador (como en Francia y Alemania, donde le llaman Carlos el Grande) y en otro no, como en la Cataluña española o el norte de Italia.
Según el relato nacional andorrano, Carlomagno fue el Padre Fundador que les dio la independencia, pero los conquistadores imperialistas no hacen el esfuerzo de invadir territorios para luego darles la independencia, sino que los someten bajo su dominio.
De hecho, estudios recientes han confirmado que esa leyenda fundacional es falsa. La realidad fue que los valles andorranos pasaron de un imperio (el califato islámico) a otro (el franco). El origen de la independencia andorrana tuvo lugar siglos más tardes, como consecuencia de un acuerdo entre el conde de Foix y el obispo de Urgell.
Pero es que además de todos los relatos anteriores, hay otros, como el de la Unión Europea (que de hecho cada vez coge más fuerza), Europa, Occidente y los pueblos de raza blanca. E incluso, si nos apetece, podríamos instalar nuevas paraditas en el Gran Bazar de las narrativas identitarias, como el irredentismo de todos los territorios del antiguo Reino de Aragón, Iberia, el pan-hispanismo, todos los países de con idiomas latinos, los que formaron parte del antiguo Imperio Romano, el Reino de los Visigodos, el Reino de los Francos y un largo etcétera..
O, ¿por qué no? Podríamos dejar caer una gota de aceite sobre Cataluña en un mapa de Europa y afirmar que las fronteras de la nación son el contorno de la mancha que quede. ¿Se te ocurre alguna oferta más para añadir al catálogo identitario?
Para complicar más las cosas, resulta que la doctrina nacionalista catalana se pretende aplicar a una población que procede mayoritariamente del resto del estado español y otros países de Europa, Latinoamérica, África y Asia, ya que los catalanes descendientes de familias autóctonas somos una minoría en nuestra tierra. Se trata de gente muy diversa a la que se quiere hacer creer, tanto a ellos como sobre todo a sus hijos, que en realidad tenemos mucho en común porque el conde Guifré el Pilós dejó de rendir vasallaje a su rey hace más de 1.000 años.
Supongo que con tantos relatos paralelos los lectores deben sentirse algo confusos y algunos se preguntarán: ¿de todos ellos cuál es el más correcto? Todos son meros constructos mentales creados por ciertas personas concretas en determinados momentos de la historia. Básicamente su mérito consiste en haber conseguido con éxito que muchos otros hayan interiorizado su invención, normalmente gracias al adoctrinamiento de los niños en las escuelas.
La visión más acertada de la realidad objetiva es que tanto en Cataluña como en el resto del planeta lo que hay son estados y regiones administrativas, idiomas, pautas culturales compartidas por diferentes personas, creencias y sentimientos identitarios. Y sobre todo existe un gran número de individuos (humanos y no humanos), con diferencias y similitudes entre ellos con independencia del grupo con el que se identifiquen.
En vez de obsesionarnos con supuestas naciones, mejor centrémonos en proteger al individuo (independientemente de su nacionalidad, etnia, raza o incluso especie), en defender sus derechos y libertades y en promover su bienestar y felicidad.
Para conseguir un mundo mejor es preferible difuminar las fronteras identitarias a colocar muros mentales que nos separen a los unos de los otros e incluso en ocasiones nos impulsen al odio y la agresión. Es más útil para todos extender puentes que alambradas psicológicas.
Cuestionar las leyendas nacionalistas ayudarán a que nuestra mente sea abierta como una C (de cosmopolita) en vez de cerrada como una O (de obtuso). Si queremos poner distancias emocionales y relacionales, que sea hacia los que se destacan por hacer daño a los demás. Pero nunca lo hagamos hacia personas y otras criaturas que sean razonablemente buenas, con total independencia de donde hayan nacido y vivan, aunque sea en el fin del mundo. Y también sin perjuicio de la lengua que hablen, por rara que sea, como la de los San, que se comunican con clics entre la lengua y el paladar.
Gracias por compartir si crees que este análisis puede ayudar a evitar los daños que periódicamente causa el ultranacionalismo,