Seamos anti-racistas/etnicistas/xenófobos/ultranacionalistas. Ahora bien, no convirtamos eso en un fanatismo que señale con el dedo cualquier microrracismo o no-racismo, como decir que en general los negros son menos emprendedores que los blancos. O como afirmar que los asiáticos de promedio son más trabajadores que los árabes, que los musulmanes en su conjunto son más fanáticos e intolerantes que los budistas o que los sureuropeos normalmente son más malgastadores que los norteeuropeos.
No limitemos la libertad de expresión siempre y cuando se digan verdades y nunca difamaciones y manipulaciones malintencionadas. No caigamos en un radicalismo que quiere imponer una censura, porque quitar la libertad de expresión y herir la reputación de quien la ejerce son formas de hacer daño a los demás.
Ciertas verdades a veces molestan, pero todo el mundo tiene derecho a decirlas. Y, es más, es saludable describir la realidad tal como es, ya que permite conocer mejor el mundo y es la base para hacer mejoras.
Las verdades son diferentes de las generalizaciones, en que se difunde un estereotipo para todos los miembros de un colectivo. Suelen ser incorrectas porque normalmente en los grupos humanos grandes suele haber todo tipo de individuos. Lo que cambia son los porcentajes estadísticos de cada tipología respecto a otras comunidades.
No sobregeneralicemos y mucho menos difamemos y mintamos, pero no tengamos miedo de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Tampoco nos preocupemos por otros micromachismos, siempre y cuando no hagamos daño a nadie, como, por ejemplo:
Tener preferencias por ciertos grupos raciales, étnicos, nacionales o de otro tipo, basadas en hechos objetivos.
Sentir de forma natural una mayor afinidad hacia personas genética o culturalmente más cercanas a nosotros.
Considerar más atractivas a las personas de nuestra raza (por explicarlo de forma simple y entendible, ya que hay genetistas que dicen que las razas no existen). De hecho, incluso en ciudades muy cosmopolitas donde conviven personas de muchos orígenes y hay libertad social para elegir pareja, la mayor parte de europeo-descendientes suelen seleccionar a otros del mismo origen. Y lo sucede con subsaharianos, chinos, mestizos, etc.
Ello es algo natural, ya que tanto en los homos sapiens como en otras especies la atracción sexual y sentimental suele ser hacia individuos que no sean ni muy similares ni muy diferentes. Por ello no solemos escoger como parejas ni a nuestros hermanos ni a miembros de otras especies, sino con una cierta cercanía genética pero no demasiada.
Esas tendencias biológicas y culturales no están reñidas con ser abierto y tener una buena predisposición a hacer amigos (incluso muy buenos amigos) de otros grupos raciales y étnicos.
Por otro lado, no ser xenófobo no significa que estemos obligados a acoger de forma indiscriminada a todos los inmigrantes que quieran venir a nuestro país, incluyendo a delincuentes, de manera que suponga un importante aumento de la inseguridad ciudadana. De hecho, eso es lo que ha sucedido en países como Suecia, donde parte de los refugiados sirios e iraquís han creado zonas de no-go, tan inseguras que en las mismas no se atreven a acceder ni las ambulancias ni la propia policía. Leer “¡EVITEMOS DAÑOS!: Abrámonos a la inmigración inocua y cerrémonos a la dañina.
Tener un espíritu abierto no es incomplatible con ser selectivo en base a unos criterios racionales. No tenemos por qué identificarnos con todo, incluyendo grupos claramente dañinos, como musulmanes, cristianos, judíos o hindús fundamentalistas o cierto tipo de inmigrantes que vienen a vivir a costa de los demás aprovechándose del estado del bienestar.
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