Una buena forma de evitar daños es el desarrollo económico de los países, porque suele ir acompañado con el avance no sólo cultural, social y político, sino también ético y en el nivel de bienestar. Existe una relación causa-efecto entre lo primero y lo segundo similar a la lluvia con el crecimiento de las plantas.
A lo largo de los últimos siglos hemos visto como, por norma general, el aumento de la renta per cápita ha ido aparejado con sociedades más justas y felices en que vivir. Casi todos los países ricos tienen democracias liberales de alta o bastante alta calidad con estados de derecho que protegen los derechos humanos y civiles de sus ciudadanos. Suelen ser los más civilizados y los que lideran los rankings de felicidad.
En cambio, los países del tercer y sobre todo del cuarto mundo sufren muchas crueldades, injusticias y violaciones de derechos. Y, relacionado con todo ello, suelen tener niveles de felicidad más bajos. Acostumbran a sufrir menos estrés porque se toman la vida de una manera más tranquila y pasiva, pero a cambio están menos satisfechos con sus vidas porque no han creado las condiciones favorables para florecer. Y por ello bastantes de sus habitantes sueñan con emigrar al primer mundo.
Pero la riqueza no se genera sola, sino que lo hace el conjunto de individuos que componen una sociedad a través del trabajo, ahorro y empleo del mismo en inversiones rentables. Y también de la formación, emprendimiento, innovación, productividad, mejora continuada y competitividad, es decir, ofrecer una buena relación calidad-precio. Todos ellos son los ingredientes que si metemos en la cacerola y los mezclamos darán un excelente guiso.
Quien algo quiere algo le cuesta. Por ello fomentemos la cultura del esfuerzo (que es diferente del sobre-esfuerzo). Utilicemos nuestros talentos, cada cual tiene los suyos, para crear empresas, ciencia, tecnología, arte, ONGs, etc. Usar nuestras capacidades innatas, además, nos aporta autorrealización y bienestar.
En el plano político, mejor elijamos partidos desarrollistas orientados al progreso económico, del poder adquisitivo para todos y de los diferentes ámbitos de un país. Es preferible extender las velas que tirar el ancla, como preferirían los que predican el decrecimiento económico. Pero ya sabemos lo que ha sucedido en los países que han ido a menos, como Venezuela, en los que más de 9 millones de personas se han visto obligadas a huir de una existencia miserable para alcanzar una vida mejor en los países que se sí se desarrollan. Y bastantes más desean hacerlo.
Hagamos que cada generación sea más próspera y avanzada en todos los aspectos que la anterior. Subamos siempre un peldaño más. Gracias a esa filosofía mis ancestros y los de casi todos los europeos y occidentales en general, campesinos que vivían en la extrema pobreza, han dejado tras de sí generaciones cada vez más prósperas, formadas, sanas, felices y civilizadas.
A nivel de política económica, fomentemos los factores que favorecen el crecimiento de la renta per cápita: una razonable libertad económica, educación, emprendimiento, innovación, digitalización y automatización. También la prevalencia de la inversión productiva frente al gasto y el consumo y premiar a quien más genera y aporta a la sociedad.
Transmitamos los valores primermundistas a las siguientes generaciones, en la familia y los colegios, y hagamos pedagogía de ellos entre adultos. Porque cuanto mayor es el porcentaje de habitantes con esa mentalidad, más rico y avanzado es un país, y viceversa. Una sociedad es un campo en el que conviene haya el máximo número de árboles frondosos cargados de frutas y el mínimo de estériles.
Por ello sería bueno transmitir esas actitudes especialmente en el tercer y cuarto mundo. Los países desarrollados lo son en general (con la excepción de unos pocos que tienen muchos recursos naturales) por su capital humano. Es decir, porque tienen habitantes que han trabajado (a veces mucho), ahorrado, invertido, emprendido, inventado, innovado, etc. Si en otros países la mayoría de sus ciudadanos adquieren ese mismo modus operandi y pensandi también progresarán.
Lo harán tanto como lo hicieron los emigrantes que fueron a Estados Unidos comenzando desde cero, con una mano delante y otra detrás. O como Gran Bretaña con su Revolución Industrial o la Alemania pobre de principios de siglo XIX que pasó a ser la primera potencia industrial del mundo a finales del mismo. O como Suiza, Japón, Singapur o Corea del Sur, que, en tan sólo una generación, pasaron de ser muy pobres a ricos. Todos ellos sin ayudas y algunos sin recursos naturales, sino a base de su propio esfuerzo.
Aprendamos de China, que era un país muy pobre hasta que su Presidente Deng Xiao Ping proclamó «¡Enriquecerse es divino!». Y su pueblo le hizo caso, siguiendo el camino que hemos explicado que lleva a ello y como consecuencia en pocas décadas ¡SU PIB SE HA MULTIPLICADO POR 10! Multipliquemos y sumemos. Nunca restemos.
La solución de la pobreza en el tercer y cuarto mundo no es tanto la ayuda al desarrollo o la emigración de sus habitantes hacia el primer mundo como la mejora de su pro-actividad y pro-ductividad. La ayuda ayuda, valga la redundancia, pero no suple lo principal: ponerse manos a la obra o, para para entendernos mejor y explicado de forma vulgar, mover el culo suficientemente, tanto como lo ha hecho la mayor parte de gente en los países industrializados.
Cuanta más mentalidad generadora tengamos, mejor será para nosotros mismos, nuestros hijos y el conjunto de la sociedad y el mundo.
Gracias por compartir si crees que la difusión de estas ideas contribuirá a un mundo más próspero, avanzado en todos los aspectos, feliz y civilizado en que vivir,