Toda persona y otro tipo de criaturas inocentes merecen respeto, aunque si alguien no respeta quizás tampoco sea obligatorio respetarlo.
Desgraciadamente, muchas sociedades han venido despreciando y victimizando injustamente a los animales y a colectivos humanos inocuos, como las mujeres, LGTBI+, parias, negros y mulatos, nativos americanos y mestizos, asiáticos, judíos y otros grupos étnicos y religiosos. También a esclavos, albinos, pelirrojas, discapacitados, personas sintecho o con bajos ingresos, los que piensan de forma diferente, los que no pertenecen a una determinada religión o deciden abandonarla… y un largo etcétera.
Respetemos a una señora limpieza tanto como a una reina y a una prostituta como a un juez. Respetemos a un mendigo como a un notario, a una actriz porno como a una cirujana y a una fea como a una guapa. No obstante, en la medida en que alguien causa daños que no sean en legítima defensa tal vez va perdiendo su honorabilidad.
Respetemos al diferente, al freaky, a la gorda, al enano, al que tiene un trastorno mental y al que padece VIH. Respetemos al que tiene síndrome de Down y al superdotado rarito, al que viste de forma extravagante y al que lo hace de forma discreta, al que se arregla de forma ostentosa y al que lo hace de forma barata o incluso cutre. Y también a la que va extremadamente recatada y a la que va muy destapada, a la obsesa de la limpieza y al que va sucio y desaliñado, al que es muy convencional y al que se sale de las normas sociales, siempre que no hagan ningún daño no justificado.
No tengamos ni respeto reverencial y servil ni desrespeto, sino un respeto saludable.
Todo ser sintiente tiene dignidad por derecho de nacimiento, al menos en la medida en que no haga daño a ningún inocente. Por tanto, no robemos esa honra. No degrademos, desvaloricemos ni demonicemos a inocentes y mucho menos los pisoteemos y cosifiquemos. Por el contrario, creemos un entorno en que nadie tenga que avergonzarse de nada que no sea haber causado un daño que no sea en legítima defensa.
E inculquemos a los niños la cultura del respeto, en las familias y los colegios, ya que sus cerebros son como la arcilla y si le damos una forma bonita probablemente se mantendrá cuando se seque.