¡NO DAÑEMOS!: DESPERTEMOS NUESTRA ÉTICA INNATA

¿Nacemos con un sentido interior del bien y del mal?

Salvo los psicópatas, todos tenemos un sentido congénito del bien y del mal, en grado muy variable entre diferentes individuos. No se trata de la moral, normalmente bondadosa y dañina al mismo tiempo, con la que nos han educado, sino a algo interior con los que nacemos con total independencia de lo que nos enseñen y digan. 

Esta brújula ética reprime nuestros instintos básicos orientados únicamente hacia el propio interés, promoviendo un equilibrio en aras de la justicia.

Una combinación de estudios en psicología del desarrollo, neurociencia y antropología nos dan pruebas de que la justicia no es sólo una construcción social, sino una característica fundamental de nuestra naturaleza humana.

Los que tenemos hijos sabemos que desde una edad temprana muestran preferencias por el comportamiento ético y una aversión a la injusticia. Sin apenas estar todavía influenciados por la educación, se observa cómo, al ver la televisión, de forma natural les parece que es malo el león del documental que se come a una cebra o el humano de la película que da latigazos a un esclavo.

Un experimento realizado por la Universidad de Yale proporciona evidencia sobre la presencia temprana del sentido de justicia en los seres humanos. En el mismo, los investigadores mostraron a bebés de entre seis y diez meses de edad una serie de representaciones teatrales con marionetas, en las que unas ayudaban, mientras que otras actuaban de manera abusiva. Los resultados mostraron que la mayoría de los bebés preferían interactuar con las primeras.

Por otro lado, en un estudio de la Universidad de Washington se demostró que niños de tan solo 15 meses de edad pueden distinguir entre distribuciones justas e injustas de recursos. Los bebés observaron escenarios en los que las recompensas se distribuían de manera equitativa o inequitativa y mostraron sorpresa y desagrado en el segundo caso.

En cuanto a los adultos, una investigación de la Universidad de Zúrich ha probado que su disposición a castigar la injusticia, conocida como «castigo altruista», está presente en diferentes culturas. Este fenómeno se ha observado en experimentos económicos donde los participantes están dispuestos a sacrificar recursos personales para sancionar comportamientos injustos, evidenciando que la ética es un valor universal profundamente arraigado en la naturaleza humana.

En el plano neurocientífico, investigadores de la Universidad de Emory, mediante imágenes de resonancia magnética funcional, descubrieron que ciertas áreas del cerebro, como el córtex prefrontal dorsolateral y la amígdala, se activan cuando los individuos perciben atropellos. Ello supone una base neurológica para nuestras respuestas emocionales y cognitivas a situaciones abusivas.

Los experimentos con animales no humanos han llegado a conclusiones similares a las anteriores. Por ejemplo, en uno se retribuyó a varios monos capuchinos por hacer la misma tarea de forma diferente con trocitos de uva, zanahoria o roca y los que eran peor remunerados tiraban con rabia el trozo al investigador.

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Asimismo, se ha observado que si algún miembro de la manada es atacado injustamente por otro, los restantes intervienen para defenderlo.

Nuestro sentido de la justicia va madurando con el tiempo, estando en gran medida formado cuando tenemos 20-22 años. El nivel varía mucho entre personas y ello constituye un gran desafío. La mayoría de la gente desarrolla un sentido de justicia medio o bajo, lo que les lleva a preocuparse principalmente por los atropellos que les afectan a ellos, a sus seres queridos o a los grupos con los que se identifican.

Con frecuencia, aplicamos dobles varas de medir: nos convertimos en víctimas cuando sufrimos un abuso, pero permanecemos indiferentes, minimizamos o incluso justificamos las injusticias cuando afectan a personas con las que no nos sentimos conectados. Esta actitud puede llevar desde la complicidad silenciosa hasta el apoyo activo de esas acciones.

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¡NO DAÑEMOS!: No seamos cómplices ni coadyuvantes de la injusticia

Esto sucede porque, por naturaleza, el ser humano tiende a centrarse en satisfacer sus propias necesidades, las de sus hijos y, en menor medida, las de sus seres queridos o los intereses de los grupos con los que se identifica. Más allá de este «micromundo», suele haber poca preocupación por lo que sucede a los demás o por el sufrimiento ajeno, aunque se intente aparentar solidaridad con aportaciones a ONGs o gestos humanitarios que son bien vistos en la sociedad.

¡NO DAÑEMOS!: La caridad no limpia los daños caudados

¡NO DAÑEMOS!: Quitémonos las máscaras de santurronería

Este comportamiento colectivo genera sociedades mediocres: sanas en ciertos aspectos, pero profundamente dañinas en otros. Hemos oscilado entre extremos desquiciados (y desquiciantes), como cuando se enviaban a decenas millones de esclavos africanos a las Américas en condiciones terribles, y sistemas moderadamente tóxicos. La buena noticia es que este panorama puede cambiar. Con esfuerzos individuales y reformas sociales, es posible sanar nuestras comunidades y construir un mundo más justo

¡NO DAÑEMOS!: Seamos justos

¡NO DAÑEMOS!: Seamos buenas personas

¡NO DAÑEMOS!: Reformemos la sociedad

¡NO DAÑEMOS!: Continuemos con el proceso civilizatorio

La base para ello es subir el listón del sentido de la justicia tanto a nivel individual como social. Los 4 primeros pasos son los siguientes:

  1. Tomar conciencia de que hacer daño a inocentes está mal.

Leer “NO DAÑEMOS A NADIE”

  1. Ayudar a los demás a hacerlo, convenciendo de que no hagan a los demás lo que no quieren que les hagan a ellos

¡EVITEMOS DAÑOS!: Compartamos y convenzamos para que no dañen

  1. Educar a niños y adolescentes en la ética de la bondad.

¡NO DAÑEMOS!: eduquemos a los niños en la ética de la bondad

  1. Deseducar, deshaciendo los adoctrinamientos nocivos que han corrompido nuestro sentido innato de la ética y que nos han llevado a la amoralidad, es decir, creer que dañar en ciertos casos a inocentes no es malo, provocando la normalización del abuso y la indiferencia frente a la maldad.

¡NO DAÑEMOS!: No normalicemos ciertos abusos

El cambio no requiere grandes gestos heroicos, sino pequeñas acciones cotidianas que, juntas, pueden transformar el mundo. Seamos el ejemplo que inspire a otros y hagamos de la justicia un valor universal.

Cada uno de nosotros tiene el poder de marcar la diferencia. Un mundo más justo comienza contigo.

Gracias por actuar y compartir,

 Xavier Paya 

Iniciativa ¡NO DAÑES!

www.institutodelbienestar.com

NO HAGAMOS DAÑO A NADIE, salvo legítima defensa contra el agresor.

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Con la iniciativa ¡NO DAÑES! luchamos por evitar que te causen ningún tipo de sufrimiento o daño a ti, tus seres queridos y los demás.

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