¡REPAREMOS LOS DAÑOS!: LAS OBRITAS DE CARIDAD NO LIMPIAN LOS DAÑOS QUE CAUSAMOS
Algo que fomenta los atropellos es pensar que las buenas obras lo “purifican” todo, que todo lo dejan tan blanco como el detergente Ariel. Por supuesto que es bueno hacer favores a los demás y contribuir a ONGs. Pero no lo es pensar que ello constituye una especie de bula que perdona todos los pecados, permitiéndonos abusar de animales humanos o no humanos y ser al mismo tiempo buenas personas, libres de mancha.
Ello no es así, ya que lo único que limpia los daños que hemos causado y que no son en legítima defensa es el arrepentimiento sincero, disculparnos, enmendar, reparar los perjuicios y no volver a hacerlo.
A algunos les cuesta ver esto, ya que mitifican tanto la obra de caridad que edulcoran a todo aquel que la practique, por muchas maldades que cometa. La ayuda puede ser una luz cegadora que no deja ver lo que hay detrás, concretamente los daños a inocentes causados por el que es solidario. La atracción puede ser tan grande como la de Ulises hacia los cantos de las sirenas. Esto es así hasta el punto de que bastantes se han acercado a organizaciones nazis, neonazis, neofascistas o islamistas/yihadistas por la asistencia que les han brindado.
La causa de ello probablemente sea biológica, es decir, que posiblemente tenemos una tendencia congénita a idealizar a los que cooperan, sobre todo si lo hacen con nosotros, porque ello a ayudado a sobrevivir a lo largo de la historia de nuestra especie.
Pero la realidad es que no es de buena persona dar con una mano y quitar con la otra, auxiliar con un brazo y con el otro hacer daño, sobre todo cuando hacemos mucho más mal que bien, como suele ser el caso.
Por ejemplo, hay muchos individuos que dan apoyo a unas cuantas personas, o incluso pagan cada mes una cuotita a Intermón Oxfam o la Cruz Roja o dedican 1 horita a la semana a hacer compañía a una persona mayor, pero al mismo tiempo causan sufrimientos a miles de seres sintientes. De hecho, de promedio cada habitante del planeta victimiza a más de 20.000 animales de granja a lo largo de su vida.
Si en el platillo del altruismo pongo 20 pesas y en el del abuso 20.000 está claro hacia donde se decanta la balanza, ¿verdad? Pero incluso si el platillo de las buenas obras está muy lleno, ello no compensa el de los daños causados, ya que los beneficiarios y las víctimas son diferentes. De nuevo, lo único que compensa es la reparación a las víctimas, pedirles perdón, el arrepentimiento sincero y la rectificación.
No hagamos como el rey Jaume I el Conqueridor, que fue muy generoso donando dinero para la construcción de la Catedral de Palma de Mallorca, tras cometer un genocidio de casi toda la población autóctona de la isla y la esclavización de los habitantes de Ibiza.
O como Isabel la Católica, quien también donó cantidades importantes a alguna congregación, al mismo tiempo que esclavizó a los habitantes de Granada y de las Canarias (o, mejor dicho, a los que no se habían suicidado para evitar ser esclavizados), sometió a los pueblos indígenas de América y les robó sus tierras, expulsó a los judíos y promovió los horrores de la Inquisición.
Mejor primero centremos nuestros esfuerzos en no hacer ningún daño injustificado a nadie, ya que ello no es fácil, pues va en contra de nuestra naturaleza, en diferentes grados según cada persona:
Crédula con la educación que hemos recibido en la infancia, por nociva que sea.
Evitemos el circulitismo, consistente en hacer cosas buenas por los que pertenecen a nuestro circulito y al mismo tiempo abusar a los que quedan fuera del mismo. Es decir, para entendernos mejor y de manera coloquial, ser majete con los nuestros y los demás que se jodan. Como hacía Hitler, que era muy entregado con los que estaban bajo su paraguas protector, es decir, arios germanoparlantes no judíos, gays, con discapacidades, etc., pero agresivo con los que estaban fuera de su perímetro.
En resumen, primero es no hacer el mal y luego hacer el bien. En primer lugar seamos buena personas y, como complemento de ello, solidarios.