¡Evitemos Etiquetas que son Carta Blanca para Dañar!

Los seres humanos, al igual que otros animales, tenemos por naturaleza tendencia a etiquetar a los diferentes seres sensibles, categorizaciones que sirven para saber en qué medida podemos dañar a cada tipo de ser sintiente o en qué medida debemos respetarlo y cooperar. Y en función de la etiqueta resultará el nivel de consideración.

Por ello, en las especies depredadoras es muy raro que maten para alimentarse a miembros de la misma especie, pero es muy común que lo hagan con todas las otras que puedan.

Ello se traduce en el nivel de empatía, teniendo cierta sensibilidad y compasión con los que tienen la etiqueta “adecuada” y frialdad emocional hacia el sufrimiento de los que no la tienen, lo que nos permite pisotearlos mientras que nos quedamos bastante indiferentes.

Normalmente usamos 3 tipos de etiquetas:

  • MUY RESPETABLE, como la que se usaba antes con reyes, aristócratas, clero y las autoridades en general, a los que se mostraba un respeto reverencial. Y de hecho sigue sucediendo hoy en día con ciertos cargos.
  • RESPETABLE, normalmente a los que consideramos de nuestro grupo y que cumple con las normas sociales. En este caso procede el mutuo apoyo y la solidaridad; hoy por ti, mañana por mí.
  • VICTIMIZABLE, como antes eran considerados los negros en el sur de Estados Unidos, que tenían prohibido mirar a la cara de los blancos y se los podía linchar, o como hoy en día suelen ser etiquetados los animales no humanos.

Los “dañables” no cuentan, no tienen valor, incluso a veces se los considera simples cosas, y por tanto se puede ir a saco con ellos.

Normalmente las etiquetas de “victimizables” se han aplicado a los que no consideramos de los nuestros. Generalmente se trata de otros grupos étnico-lingüísticos, nacionales, tribales, clanes, razas, miembros de otras religiones y sobre todo de otras especies.

A esos grupos ha sido durante miles de años a los que ha estado permitido atacar, robarles sus tierras y riquezas, violar a sus mujeres, someter a esclavitud o servitud, explotarlos, maltratarlos y matarlos sin más.

Por ejemplo, los antiguos griegos podían esclavizar a otros griegos de ciudades-estado diferentes, pero sobre todo a los no griegos. Los romanos podían conquistar, expoliar y esclavizar a otras etnias, pero hacían una gran distinción entre los griegos (considerados como civilizados) y el resto (bárbaros), teniendo respeto por los primeros y ninguno por los segundos. Los germanos podían esclavizar a miembros de otras tribus, fuesen germanas o no, pues eso es lo que habían aprendido desde niños.

Los europeos cristianos podían esclavizar aquellos de los que “no colgase la etiqueta” de cristianos, como los eslavos paganos, negros (12,5 millones de esclavos) o musulmanes. Estos también podían esclavizar a los que estuviesen “catalogados” como infieles, como europeos cristianos. Por ejemplo, los piratas berberiscos lo hicieron con más de 1 millón de europeos en sus incursiones por el Mediterráneo y el Atlántico, llegando hasta las Islas Británicas e Islandia. También a persas zoroastrianos y sobre todo negros (entre 6 y 10 millones), hasta hace relativamente poco. De hecho, en Sudán ello ha continuado hasta el mismo siglo XXI, en que los árabes musulmanes del norte esclavizaban a los negros cristianos o animistas de sur, cuyo único pecado es no tener la “clasificación” correcta.

Al mismo tiempo, los musulmanes han “encasillado” de forma muy diferente a los infieles politeístas y a los monoteístas. A los primeros procedía exterminarlos si no se convertían al Islam (en India cometieron un genocidio de entre 80 y cientos de millones de hindús). En cambio, a los seguidores de las religiones del Libro (cristianos y judíos) en las que se inspiró Mahoma se les perdonaba la vida y se les permitía practicar su religión, pero con un estatus de inferioridad y leyes discriminatorias.

Aparte de las etiquetas de tipo tribal, étnico o religioso, están las de género, siendo en la mayor parte de culturas desde el Neolítico hasta recientemente los hombres “respetables” y las mujeres “abusables”. Por ejemplo, en el Imperio Romano éstas eran propiedad de sus maridos, en el Islam tradicionalista se las debe pegar si no obedecen a los segundos y en el Cristianismo según las Sagradas Escrituras deben quedar sometida a los hombres. Y, de hecho, en bastantes lugares del mundo todavía se usan esas categorizaciones, especialmente a las mujeres libres y sobre todo a las sexualmente libres, que puede llegar a tener incluso la “etiqueta” de deshechos humanos no empatizables.

O también puede ser por edad. En bastantes culturas tradicionales y jerarquizadas, a los ancianos se les cataloga como “venerables” y en consecuencia las generaciones más jóvenes les presentan un respeto reverencial. En cambio, los niños apenas cuentan y tienen la etiqueta de “pisoteables”. Por ejemplo, en la antigua Roma los paterfamilias tenían derecho de vida y muerte sobre sus hijos. Podían agredirlos de las formas más crueles, privarles de comida hasta que muriesen, venderlos como esclavos en territorio extranjero o abandonarlos al nacer.

En los lugares con sistemas de castas o similares, como en la India o el antiguo Imperio Español las castas superiores (como los sacerdotes y guerreros de origen ario o los blancos de origen ibérico y en menor medida de otras zonas de Europa) son clasificados como “honorables”, mientras que las castas más bajas (como los intocables o los negros), son considerados como una especie de “escoria”.

También en culturas tradicionales es normal la aplicación de la clasificación de “agredibles” o incluso como una “mierda” a los que se salen de las normas sociales. Es el caso del colectivo LGTBI en sociedades de mayoría cristiana, musulmana o judía conservadora, a los que se puede hacer de su vida un infierno por no contar con el “sello adecuado”.

Pero el primer premio en la categoría de “no empatizables” y “simples cosas” se los llevan los animales no humanos, salvo, en el mejor de los casos, mascotas como perros y gatos que nos aportan cariño y compañía.

Todo este sistema de etiquetas tan típicamente humano y tan universal ha causado sufrimientos a gran escala y de gran intensidad, como los infligidos a los judíos por los nazis. Nos lleva a ser educados y encantadores con unos y despiadados y desalmados con otros.

Algunos pueden pensar que actualmente en los países avanzados todo eso ha cambiado, pero sólo en parte. Porque si bien es cierto que se ha reducido el número de colectivos victimizables, también lo es que ha aumentado mucho la cantidad de víctimas.

Es verdad que en las últimas décadas en los países más civilizados, sobre todo en Occidente, la etiquetación ha cambiado para dar a la mayor parte de personas el cuño de “respetables o bastante respetables”, pero ello no ha sucedido con los que los que no cuentan con la clasificación taxonómica “correcta”.

Es decir, al animal que no es categorizado como “homo sapiens sapiens” sino como “ovis orientalis” o “bos taurus”, etc. se le puede secuestrar, esclavizar, explotar, tenerlo encerrados de por vida en una jaula en condiciones miserables, agredir y asesinar. Y todo ello por mucho que sienta y sufra igual que los humanos y que incluso tenga la misma inteligencia que una persona de de 4 años edad. Porque a esta última es impensable aplicarle todas las barbaridades anteriores debido a que se beneficia del dichoso “sellito de calidad” discriminador.

Bajo el paraguas de nuestro perverso sistema de etiquetación actual, el número de víctimas a aumentado a BILLONES con B. Nos horroriza el Holocausto de 8 millones con “m” minúscula de judíos, pero permanecemos bastante indiferente con la atrocidad cometida con, repito para que quede bien claro, BILLONES con “B” mayúscula de  victimizados en granjas industriales, piscifactorías, laboratorios, mataderos, espectáculos, etc.

En conclusión, las etiquetas han cambiado parcialmente, pero nuestra maldad y crueldad no. Por tanto, es necesario seguir reformando la “etiquetación” hasta que todos los seres que sienten y sufren entren en la categoría de “respetables”. Cuanto antes nos demos cuenta de ello antes se efectuará el cambio.

Para ello es necesario convencer a la gran mayoría de los 8.000 millones de humanos que habitamos el planeta.

¿Y qué puede hacer una persona normal y corriente para conseguirlo? MUCHO:

  1. Convencer a los que tenga a su alrededor y animar a los convencidos a que hagan lo mismo con otros.
  2. No educar a los niños y adolescentes en el sistema de etiquetas.
  3. Compartir este tipo de mensajes y animar a que otros los compartan.

Sólo con que una minoría los hagamos, acabarán llegando en cadena a la mayoría.

Por ello, si consideras que difundir este artículo contribuye a un mundo mejor, con menos crueldad y más bondad, menos sufrimiento y más felicidad, te animo a que lo compartas en todas tus redes sociales y con todos tus contactos. 

Gracias,

 Xavier Paya 

Iniciativa ¡NO DAÑES!

www.institutodelbienestar.com

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