siempre está presente el riesgo de que se repitan sufrimientos a gran escala, por mucho que algunos piensen que los avances conseguidos ya están garantizados para siempre jamás.
Para evitarlo, podemos coger nuestra caja de herramientas y usar tres de ellas:
1.-Mejorarnos a nosotros mismos, para empezar. Como tenemos una tendencia natural a hacer daño, reforzada por la educación recibida y por la influencia del rebaño y la tradición, es necesario contener esos impulsos, salvo en caso de legítima defensa contra el agresor. En general es bueno ser fiel a nosotros mismos, pero no en este tipo de instintos malignos.
Todos o casi todos podemos cambiar, porque todos o casi todos tenemos una parte bondadosa, donde está nuestro sentido innato de la justicia (muy psicópata hay que ser para no tenerlo), que nos dice que dañar a inocentes está mal. Todos podemos ser autores de nuestra propia escultura.
2.-Concienciar y convencer a los demás, por ejemplo, compartiendo este tipo de mensajes. Con ello apretaremos un botón que activará un engranaje, que a su vez moverá otro y así sucesivamente.
3.-Educar intensamente a los niños y adolescentes en la cultura de la bondad, el respeto, la tolerancia hacia lo inocuo, la libertad y la justicia. Son como esponjas y lo que absorban probablemente permanecerá.
Siempre ha existido la guerra cultural entre el bien y el mal, entre los que han luchado contra las injusticias y maldades y los que lo han hecho para que permaneciesen. Y en medio, los mirones, coadyuvantes del abuso. ¿En qué bando crees que es mejor que estés?
Todos hemos abusado, pero todos podemos enmendar y cambiar de bando. La diferencia entre los “buenos” y los “malos” es que los primeros se arrepienten y rectifican. Hazlo antes de que sea demasiado tarde, ya que, si estuvieses a punto de morirte y mirases atrás, ¿qué desearías haber hecho que no has hecho?
Si alguien te hizo daño y no te gustó, comparte. Si no quieres que ello vuelva a suceder a ti, a tus seres queridos o a los demás, difunde este mensaje y otros como el DODECÁLOGO DE LA BONDAD.
Gracias,
Ser no racista, etnicista, xenófobo ni ultranacionalista implica no dar ningún privilegio a ninguna raza ni etnia sobre otra. Por ejemplo, supone no favorecer a blancos sobre negros pero tampoco a negros sobre blancos, como pretenden algunos extremistas “woke” de herencia marxista. Porque una injusticia nunca se soluciona con otra injusticia, sino con justicia.
Por ello no conviene pasar de un extremo al otro, como ha sucedido en Estados Unidos. En el Sur de este país, tras la abolición de la esclavitud, los negros siguieron subyugados a las plantaciones con un sistema fraudulento de deudas de las que nunca se liberaban y luego a un régimen segregacionista con las leyes Jim Crow.
Asimismo, aunque legalmente tenían derecho a votar, en la práctica los blancos utilizaban argucias para impedírselo, así como un sistema de terror para relegarlos a ciudadanos de segunda, mediante violencia con diferentes formas, especialmente el linchamiento. De hecho, incluso les estaba prohibido mirar a la cara de los blancos y debían apartarse cuando éstos pasaban por la calle, aparte de otras normas degradantes de la dignidad de los negros. Mirar a una mujer blanca o destacar y generar envidia podía acabar en linchamiento.
Pues bien, se ha pasado de ese extremo al otro de dar privilegios a los negros para acceder a las universidades respecto a blancos y asiáticos.
Tan injusto es lo primero como las cuotas de tipo racial/étnico en centros educativos u otro tipo de organizaciones y empresas. Es profundamente antimeritocrático y discriminatorio que se exija a los asiático-americanos unas notas de acceso mucho más altas que a los afro-americanos o hispanos, dejando fuera de universidades prestigiosas a bastantes estudiantes, profesores e investigadores brillantes de etnias asiáticas que están mejor preparados académicamente que algunos de etnias diferentes a los que se les dan las plazas.
Quien quiera elegir su carrera favorita en su universidad preferida que estudie mucho en la escuela.
Algunos defienden la llamada discriminación positiva (que en realidad es negativa e injusta para aquellos que merecían una plaza y se quedan sin ella) en base al argumento de que hay que luchar contra la desigualdad y dar más representación a las etnias que están infrarrepresentadas en determinados ámbitos.
Pero si se quiere igualar, lo justo es hacerlo en los valores que dan lugar al esfuerzo que lleva al éxito y no sólo en esto último. Lo más eficaz es enseñar a todos los alumnos en los colegios que el estudio, el trabajo, la mejora continuada, dar lo mejor de uno mismo, la innovación, el ahorro y empleo del mismo en inversiones rentables, así como el emprendimiento, son los que llevan al progreso económico y social. Ese el verdadero botón que activa el ascensor social y no quitar derechos a unos para dar privilegios a otros, lo cual perjudica y agravia a los primeros.
Son las diferencias promedio de ese modus operandi entre las diferentes etnias y razas las que dan lugar a diferentes niveles promedio socio-económico-culturales entre ellas a pesar de que todas hayan partido de la misma línea de salida.
Por ejemplo, en Estados Unidos los asiático-americanos y los judíos son los que tienen el mayor nivel medio de renta per cápita, superior al de los blancos y muy superior al de los latinos y especialmente de los negros. El dato clave es que las dos primeras etnias normalmente empezaron en ese país desde cero, con una mano delante y otra detrás.
La mayor parte de judíos eran habitantes pobres y marginados de los shtetls (aldeas gueto en Polonia y otras zonas del Este de Europa pertenecientes al antiguo Imperio Ruso) que tuvieron que huir con lo puesto de los diferentes progromos o, posteriormente, que escapaban de la amenaza nazi o que habían sobrevivido del Holocausto, tras haberles confiscado sus propiedades.
En cuanto a los asiáticos, la mayoría eran chinos pobres que emigraron en el siglo XIX para trabajar en la construcción de la red ferroviaria, ganando muy poco y siendo discriminados.
A pesar de sus inicios desaventajados progresaron mucho de promedio porque tienen una cultura que valora la formación, el trabajo, el ahorro y los negocios.
Incluso los blancos, a pesar de que gozaban de privilegios respecto a otras razas, procedían en gran medida de campesinos europeos sin tierra que empezaban en América desde cero. O, para ser más correctos, bastantes de ellos comenzaban desde menos de cero, ya que eran tan pobres que no tenían dinero ni para pagarse el pasaje desde Europa. Por ello, a cambio de éste tenían que trabajar gratis como “indenture servants” durante los primeros años.
En resumen, los diferentes grupos étnicos han comenzado su andadura en los EUA más o menos desde el mismo punto de partida (cero o menos cero) y si algunos han progresado más es porque han trabajado más, se han formado más, han ahorrado e invertido más y han emprendido más.
El sol ha venido saliendo para todos y las oportunidades han estado ahí para todos. Lo que pasa que algunos se han esforzado en aprovecharlas más que otros.
Algunos justifican los privilegios para los negros en que en el pasado fueron victimizados por los blancos. Y lo mismo sucede con otros colectivos. Cuando hay un abuso, procede la reparación, pero ésta la tiene que llevar a cabo el agresor y sus cómplices y nunca otras personas inocentes.
A nivel gubernamental conviene hacer reparaciones históricas mediante memoriales, museos, monumentos… leer más en…
Ahora bien, las generaciones actuales no somos responsables de los atropellos que cometieron nuestros ancestros. Cada cual es responsable de los actos que cometa él mismo o los menores que estén bajo su patria potestad, pero de nada más y por tanto no debe pagar por las fechorías de otros.
Por consiguiente, lo justo es que existan los mismos derechos para cualquier individuo con independencia de su origen racial, étnico o nacional y ningún privilegio para nadie, porque toda prebenda que se dan a algunos es a costa de quitar derechos a otros. Y ello es una forma de hacerles daño. Y recordemos: ¡NO DAÑEMOS A NADIE! Seamos siempre justos e igualitarios en derechos, lo cual es diferente a ser igualitario en lo económico.
Es más, por norma general no conviene dar importancia a la raza, etnia u origen nacional, del mismo modo que no la damos al color del jersey o al material de los cordones de los zapatos, sino centrarnos en el individuo.
La pertenencia a un colectivo puede ser relevante cuando en el mismo hay un nivel de abusos, prácticas o rasgos no deseables muy superior al de otras comunidades. Por ejemplo, ser feligrés de una mezquita fundamentalista radicalizada puede implicar un riesgo de terrorismo o de violencia de género mucho más elevado que en una comunidad de budistas. O pertenecer a un clan gitano tradicional puede suponer una probabilidad de hurtos, okupaciones y otras deshonestidades muy superior al de un círculo de japoneses o suecos.
Pero lo importante es siempre el individuo y no su raza ni sus orígenes.
Y en cualquier caso, seamos íntegros con nuestros juicios: hagamos un juicio honesto para cada colectivo, si queremos, pero siempre un juicio justo para cada individuo, que no tiene por qué corresponder con el del colectivo al que pertenece. Por ello, no es íntegro ni excluir ni conceder nada a nadie a priori en base a su etnicidad, sino hacerlo de forma individualizada en base a hechos racionales que justifiquen esa exclusión o concesión.
Gracias por compartir si consideras que este artículo contribuye a una sociedad más justa,