Tenemos tendencia a mirarnos el ombligo y creernos el centro del universo. Ello no siempre fue así, ya que durante la mayor parte de nuestra historia nos considerábamos a nosotros como unos simples seres más dentro la naturaleza, al igual que el resto de animales. Es decir, nos veíamos como una parte más del gran conjunto y no como su centro. Fue a partir del Neolítico, en que apareció la domesticación de los animales y su explotación mediante la ganadería y caballería que cambiamos nuestra cosmovisión por un antropocentrismo abusivo.
Durante el Renacimiento, el Humanismo reforzó intelectualmente esa concepción, afirmando que somos la medida de todas las cosas. Conviene reconocer que ello supuso un avance respecto a la visión teocrática medieval, según la cual Dios era el centro del Universo y el ser humano era poca cosa en comparación con él.
Pero no es cierto que seamos el centro de Universo, ya que, desde un punto de vista científico, el mismo no tiene ningún centro, sino como máximo el punto a partir del cual se extiende o concentra el universo (según la teoría del Big Bang) y ese punto no se encuentra en la tierra.
El antropocentrismo es muy típico del ser humano y es similar al:
Etnocentrismo, como el eurocentrismo (Europa, Occidente o los blancos constituyen el centro del mundo) o el chinocentrismo (de hecho China en chino se dice Zhongguo, que significa Imperio del Centro).
Egocentrismo. Por ejemplo, nos orientamos a las mejores experiencias y placeres para nosotros y los nuestros (como comidas deliciosas en restaurantes o en casa, escapaditas, viajes, con cierta frecuencia presumiendo de ello con fotos en Facebook o Instagram), mientras esclavizados de por vida en jaulas hacinadas a BILLONES con B de seres sintientes a los que privamos de casi todos los placeres y buenas experiencias que tendrían si viviesen en libertad. Para explicarlo de una manera coloquial: YO, YO, YO (lo que incluye a mis seres queridos, que son una extensión de mí mismo) y los demás que se jodan.
Porque muchos piensan que los animales no humanos están para nuestro uso y disfrute. Pero esa creencia no tiene ninguna base científica, sino que es una norma que se han sacado de la manga los homos sapiens porque les conviene. Desde un punto de vista biológico, los seres vivos no nacen con la finalidad de servir a nadie, sino que simplemente nacen, con un código genético orientado normalmente a la supervivencia, concretamente la suya, de su descendencia, su manada y en general de sus genes.
El antropocentrismo va muy unido a la Ley del Embudo, ancho para nosotros y estrecho para los demás. Por ejemplo, a bastantes humanos les encanta que haya depredadores para otras especies, afirmando que así se mantiene el equilibrio de la naturaleza, pero no para los seres humanos, a pesar de que su sobrepoblación es la que está causando estragos a la misma.
Otro doble rasero es afirmar que no hay que tener tanta sensiblería con los animales, y por tanto ver con buenos ojos causarles grandes sufrimientos, pero en cambio esperar de los demás que sean extremadamente considerados con nosotros, no diciendo ni siquiera ninguna verdad que nos pueda molestar un poquito.
El antropocentrismo es arbitrario y oportunista y por tanto aplica también diferentes varas de medir para diversas especies según los que nos aporte cada una. Así, los padres, maestros, medios de comunicación y otras influencias envían a los niños el mensaje de que los perros y gatos son “amigos”, las vacas y gallinas son “comida” y las ratas y ratones son “plagas”. A la mayoría de los niños también se les enseña que los deseos, necesidades e intereses humanos siempre superan a los de cualquier otra especie.
La educación antropocéntrica es nefasta, porque ya tenemos una tendencia congénita hacia el abuso. Si a ese componente genético le añadimos el cultural formamos el cóctel perfecto para la maldad.
Otro ejemplo de antropocentrismo es estar a favor de la explotación y maltrato animal con el típico argumento de que la carne es buena para la salud. Por un lado, ello no es así, ya que es cancerígena, hormonada y con antibióticos. Y el pescado contiene los minerales y sustancias tóxicas vertidas al mar, como arsénico. En ambos casos, los productos animales tienen cortisol y otras sustancias segregadas por sus cuerpos a causa de su estrés y sufrimiento.
Pero, lo más importante de todo: incluso aunque fuese saludable, no sólo cuenta lo que es bueno para mí y mis seres queridos, sino también para los demás, ya que yo y los míos no somos el centro del universo y mucho menos todo el universo. No estamos solos en el mundo, sino que hay BILLONES con otros seres sintientes en este planeta y conviene tenerlos en cuenta a todos.
Cada persona a lo largo de su vida victimiza un promedio de más de 20.000 animales no humanos. Esos seres sintientes también quieren su bienestar y tienen tanto derecho al mismo como el hiperdepredador que los tiene toda su vida en jaulas sometidos a unas vidas miserables. No sólo cuenta tu calidad de vida, sino también la de tus más de 20.000 víctimas. Por tanto, dejemos de mirarnos constantemente en nuestro espejito y giremos nuestra vista para que abarque todo lo que hay a nuestro alrededor.
Probablemente los más antropocéntricos de todos son los que están en contra de los derechos de los animales, pero a favor de criminalizar con penas de cárcel el aborto inocuo, es decir, de fetos que todavía no sienten. No tienen ninguna consideración con los sufrimientos de seres sintientes que no tengan la etiqueta de “humano”, maltratándolos y/o asesinándolos incluso por simple diversión, como en las corridas de toros o circos con animales domesticados a base de palizas. Pero, en cambio, todo el respeto que no tienen hacia ellos sí lo tienen con criaturas no sintientes que tengan la etiqueta taxonómica de “homo sapiens”, a pesar de que sean todavía como las plantas, es decir, seres vivos pero no pueden experimentar sufrimiento. Todo por la simple etiquetita de cuelga de cada cual.
En el pasado había sectores de la sociedad que se oponían a la abolición de la esclavitud humana, especialmente el de las plantaciones esclavistas y los más tradicionalistas de la sociedad. Y en la actualidad sucede lo mismo con la esclavitud no humana, en este caso por parte de la industria cárnica y, una vez más, los más conservadores, empeñados en mantener el actual status quo injusto. Es decir, los principales puntales de la explotación antropocéntrica siempre suelen ser los mismos: los más beneficiados económicamente o de otras maneras de la misma y los que se aferran más al orden establecido.
Pero probablemente al final el bien triunfará sobre el mal. Y para ello necesitamos tu ayuda, porque:
“Para que elmal triunfe, sólo se necesita que loshombres buenos nohagan nada.”
Edmund Burke
Gracias a personas compasivas y comprometidas, vamos avanzando en la buena dirección, hacia la cima de la montaña, sobre todo en los lugares más avanzados, como Suiza, Reino Unido, Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Austria o California.
Y ello sucede no sólo en el Primer Mundo, sino también en países en desarrollo como la India, donde además de leyes protectoras de los animales tienen una fuerte cultura vegana y de respeto hacia ellos. Todo lo anterior está vinculado a la concepción hindú, budista y jainista de la “ahimsa” (no violencia) y de no hacer daño a otros seres sensibles.
En África tenemos, por ejemplo, a Tanzania, que cuenta también legislación contra la crueldad con los animales y donde se sacrifican y consumen relativamente pocos de ellos. Además, tienen mucha ganadería extensiva en comparación con la intensiva.
Y en Latinoamérica conviene destacar a México, donde la Cámara de Diputados aprobó un Dictamen para modificar el Art. 73 de la Constitución para recoger la protección del bienestar animal. Y donde diferentes estados han ido aprobando normas protectoras bastante avanzadas.
¿Qué puede hacer una persona empática y ética para terminar con el antropocentrismo y, por tanto, avanzar con los derechos de los animales?: